Crítica de «Nosferatu» de Robert Eggers
Por fin llega a las salas españolas la esperada nueva adaptación de Drácula de la mano de uno de los directores más prolíficos en el género del terror de la última década. Hablamos de Nosferatu, de Robert Eggers. Aquí mi crítica.
Nosferatu (1922) de Friedrich Wilhelm Murnau es una de las películas de terror más importantes de la historia del cine. Quizá una de las primeras, si tenemos en cuenta que forma parte del movimiento que dio pie a los grandes clásicos del género. El Expresionismo Alemán pretendía expresar de forma subjetiva la naturaleza del ser humano. Para ello, deformaba la realidad por medio de su escenografía antinatural, la luz y los decorados. El Gabinete del Doctor Caligari (1920) es la película expresionista por excelencia, mientras que Nosferatu solo contiene algunos elementos clave del movimiento.
La película que sirvió como carta de presentación de su excepcional director resulta ser una adaptación ilegal de la novela Drácula de Bram Stoker. Su viuda pasó gran parte de su vida persiguiendo a la película de Murnau, quién cambió los nombres de los personajes de la novela para escapar de los derechos de autor. Murnau ambientó Nosferatu en varios exteriores y entornos naturales (al contrario que otras obras expresionistas), creando una atmósfera aterradora a través de la intrusión de lo siniestro en la vida cotidiana. Subvertía el significado de escenas idílicas para que el terror surgiera de lo familiar, no de lo anormal. El particular uso de la luz, el claroscuro y las sombras hizo de esta película un referente para buena parte del cine de terror clásico de Hollywood.
Se puede analizar toda la historia del cine a través de las tan variadas adaptaciones de Drácula. Tenemos la película de 1931 con un caballeroso Béla Lugosi, más teatral y clásica. El vampiro de Terence Fisher en 1958 para Hammer Films. Incluso el Drácula de Francis Ford Coppola en 1992, más romántica y excesiva. Pero Nosferatu ha representado «la otra cara» del mito. Así lo demuestra la película de 1979 dirigida por Werner Herzog. Nosferatu, El Vampiro de la Noche fue concebida como un remake de la película de Murnau, y a su vez, una revisión con su particular estilo. El resultado fue hermoso y extrañamente melancólico, respetando la escenografía naturalista de Murnau y añadiendo nuevos elementos.
El terror en la década de los 2010 dio un tremendo giro hacia el cine de autor gracias a nuevos directores emergentes. Una de las películas más importantes de este «nuevo cine de terror» fue La Bruja (2015) del debutante Robert Eggers. Una película de terror folclórico ambientada en la Nueva Inglaterra del siglo XVII, basada en las leyendas de brujería de la época. Aquella película sentó las bases de su estilo: atmósfera opresiva, gran protagonismo de la imagen, música tenebrosa, personajes atormentados, estallidos de violencia y un terror sobrenatural que permea todo el diseño de producción. El gusto por la mitología y la historia de Robert Eggers dota a su cine de profundidad, bañando cada imagen en un sin fin de detalles.
Podemos apreciar todo esto en sus siguientes películas. El Faro (2019), pesadilla expresionista con altas dosis de demencia y masculinidad. El Hombre del Norte (2022), blockbuster vikingo que revisa la historia de Hamlet. Y finalmente, Nosferatu (2024), remake de la película de Murnau.
El problema de Robert Eggers es que su estilo ha ido mermando como consecuencia de trabajar con grandes productoras como Universal. Él mismo niega el valor de La Bruja (su mejor película) o El Faro y parece estar más enfocado en proyectos de gran presupuesto. El Hombre del Norte perdía, perdón por el chiste, el norte con facilidad, aunque no por ello dejaba de tener momentos potentes. Trata de abarcar demasiado desde el guion con una dirección mucho más sencilla de lo que aparenta (la dirección de fotografía siempre va 2 pasos por delante). Aquella película se dejaba caer sobre toda la mitología que la acompaña, y menos mal, porque a veces era lo único a lo que podía agarrarse para continuar.
Con Nosferatu (2024) suceden muchas cosas y merece la pena detenerse a analizarlas porque estamos ante la película más débil de una filmografía muy potente.
Primero, su historia no se distingue más allá de algunos detalles del resto de adaptaciones (Murnau y Herzog). Su guion es tan esquemático como el de 1979, haciendo que cada secuencia sea un nudo de acción. Es una casa compuesta únicamente por pilares, sin apenas tuberías o tabiques. Incluso las pocas subtramas que hay son demasiado concisas, haciendo que la trama de Friedrich y su mujer se quede en lo anecdótico. Esto la diferencia de sus demás películas, que dejaban espacio para que los personajes respiraran, que su entorno cobrase relevancia, que la mitología estuviese viva. En esta versión, la mitología no tiene demasiada presencia. Podemos ver retazos en la escena en la que Thomas presencia un ritual gitano, o cuando Eberhart investiga acerca del mal en sus libros de ocultismo.
El foco de la historia está en el drama personal, en la familia y en la relación entre Ellen y el monstruo. Aunque este enfoque no sea, de por sí, un problema, las secuencias más «cotidianas» son las menos estimulantes. Hay mucha exposición por medio del diálogo y poco que ver o descubrir en las imágenes que acompañan estos momentos. Por el contrario, el diseño de producción es glorioso y la representación de la época es rica en detalles aunque pocas veces entendemos algo por nosotros mismos. A veces Eggers se tira piedras sobre su propio tejado. La presentación de Ellen es fabulosa y rápidamente entendemos que tiene habilidades proféticas. Sus pesadillas terminarán haciéndose realidad. Pero Eggers recalca esta información en nuevas escenas de forma innecesaria. No vaya a ser que alguien se pierda en un guion tan conciso.
Este problema viene acompañado de uno mayor: una dirección algo hermética. Eggers ha hecho el Nosferatu más expresionista de todos. Aunque haya muchos espacios naturales y la descripción visual de la época sea realista, la película escapa del naturalismo por medio de la estética. Rinde constantes homenajes al clásico de Murnau por medio de la composición, los recursos lumínicos, las sombras y la atmósfera. Los movimientos de cámara son formidables y virtuosos, la luz es increíble junto a la dirección de arte, el vestuario y el maquillaje. El diseño sonoro (diálogos, ambientes, efectos, música) es formidable. Pero Eggers es tan conciso en la planificación que termina ahogándola. Repite una y otra vez la misma forma de dirigir; reencuadrando a sus personajes en el plano con un movimiento en forma de L. Recurre mucho a la simetría, pero rara vez se usa de forma narrativamente expresiva.
También encuentro problemas en las interpretaciones. Y parte de la culpa reside en la naturaleza de blockbuster del proyecto. Necesitan estrellas como Aaron Taylor Johnson o Nicholas Hoult de cara a la promoción, pero no son los mejores actores en un registro como el que impone Eggers. En cambio, Lily Rose Depp tiene un papel mucho más exigente (a nivel físico, sobre todo) y logra estar a la altura. Curioso pensar que Anya Taylor Joy iba a interpretar a este personaje en un principio. Hubiese sido diferente, desde luego. También colabora Willem Dafoe por tercera vez con el director. Se trata de un papel pequeño en comparación a lo que hizo en El Faro, pero encaja a la perfección con el tono de la peli.
Nosferatu llega a ser previsible por dos motivos. Primero, porque conocemos su historia y no aporta nada nuevo al material original, más allá de algunos detalles. Segundo, porque Eggers planifica de forma similar y no especialmente inspirada en muchas ocasiones. Pero como sucedía en El Hombre del Norte, esto no quita para que haya momentos memorables. Precisamente, las escenas que sí están dirigidas de forma imprevisible y que sí aportan algo nuevo al Drácula cinematográfico.
Destaca la llegada de Thomas al castillo del Conde Orlok y el encuentro con el mismo. Eggers domina el fuera de campo y el suspense por medio de la puesta en escena como un maestro. El conde, brillantemente diseñado e interpretado, está permanentemente en escena, pero oculto por medio de la luz, la profundidad de campo o el propio encuadre. Se desplaza desafiando la continuidad y el espacio. Su voz (repito, brillantemente interpretado) roza lo animal y salvaje, alejándose de los Nosferatus previos. Como personaje tiene poco que analizar porque no se profundiza en su mitología, pero su presencia eleva mucho a la película en conjunto.
El tema sexual está mucho más acentuado. Esta faceta se llegaba a vislumbrar en versiones anteriores, y la verdad es que nunca llega a ser tan salvaje y depravado como prometía. Es un blockbuster de terror producido por Universal Pictures. No podemos esperar algo como Possession (1981) de Andrzej Zulawski. Es algo más comparable a La Primera Profecía (2024) de Arkasha Stevenson, con el mismo nivel de depravación, aunque menos gráfico. Hay un destello de relación necrofílica, pero no tiene margen para explorarse.
En general, es una película descompensada, con decisiones brillantes, un apartado técnico que deja sin aliento y una nueva caracterización del villano principal. Su artificio se justifica por la estética a la que homenajea, pero su hermetismo es solo culpa de su director, demasiado ensimismado en sus planos preciosistas.
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