Crítica de «Marco» de Aitor Arregi y Jon Garaño
Después de su paso por el Festival de Venecia y el Festival de San Sebastián, os traigo mi crítica de Marco, de Aitor Arregi y Jon Garaño, una película notable acerca de un gran impostor.
La dupla Arregi/Garaño lleva funcionando desde 2014 con su primer largometraje coescrito: Loreak, una historia de amor silenciosa a través de anónimos envíos de flores. Antes de ellas, los autores habían tenido cierto recorrido en el terreno del cortometraje y del documental. Sin embargo, ha sido en la ficción donde mayor reconocimiento han tenido. Handia (2017) mezclaba una historia cercana a la fantasía con la Primera Guerra Carlista de fondo. Una historia mucho más compleja con unos valores de producción soberbios. Le siguió La Trinchera Infinita (2019), de mayor calidad en mi opinión, acerca del encierro en su propia casa de un hombre del bando republicano durante toda la dictadura franquista.
El estilo de los directores ha variado tanto como la temática de su cine. Loreak era intimista y minimalista, ambientada en la actualidad. Handia era una superproducción de época. La Trinchera Infinita un retrato del franquismo desde un zulo, basada en claroscuros, susurros y contención. Así que cada nuevo proyecto en el que se embarcan da una nueva visión de la inmensa versatilidad de estos directores.
Marco (2024) podría considerarse un biopic sobre Enric Marco, sindicalista español que ejerció como Secretario de la CNT y como presidente de la Amical de Mathausen de España. Durante años, Marco se las ingenió para convencer a toda España de su historia de supervivencia en un campo de concentración nazi, donde fue enviado como deportado. Con el tiempo, se destapó su mentira y quedó expuesto como el impostor que era.
La película de Arregi y Garaño se centra en los últimos meses de Enric Marco como presidente de la Amical, cuando se descubrió la farsa de su vida. La narración no oculta la verdad en ningún momento. Enric queda retratado como un mentiroso desde la primera secuencia. En ella visita el campo de concentración donde, supuestamente, estuvo preso. Se pasea por el museo de las instalaciones como un turista, no como un antiguo deportado. Marco camina por su vida con soberbia, como un narcisista que necesita ser el centro de atención. Da charlas en colegios y asociaciones y lidera las negociaciones para representar a España en un histórico encuentro de prisioneros.
Los directores retratan a Enric no solo a través del presente, sino también de su pasado. Los flashbacks en los que vemos a su primera familia esconden los rostros de su mujer y su hija. Son una muestra de un pasado del que quiere desprenderse por vergüenza. Una vergüenza motivada por su ego, el de una persona consciente de sus capacidades que niega sus defectos y errores. Una persona que acaba casándose con la horma de su zapato: una mujer que vive más feliz (o eso cree) no queriendo ver la realidad. El personaje de su esposa queda desaprovechado en el guion debido a su escasa presencia e importancia en el desarrollo de la historia y en la evolución de Enric.
La película se convierte progresivamente en un thriller en el que no abandonamos el punto de vista de Enric. Aquí, los directores realizan un juego de espejos en el que cada mentira se solapa a la anterior. Cada vez que esto sucede, Marco observa su reflejo; el de una persona incapaz de asumir la realidad. Una vez que la mentira es insostenible, se agarra a los beneficios que esta ha dado a la organización y su entorno, como si eso perdonase todo el mal que ha hecho.
Pero el verdadero atractivo de Marco reside en dos puntos independientes de su guion.
Primero, en la interpretación de Eduard Fernández. No solo da vida a un personaje realmente complejo y al que es muy difícil no juzgar y comprender. El actor lo deconstruye y retrata con cierta compasión, sobre todo en su última parte. Ya no es solo la calidad de la imitación, tanto física como vocal, de Enric Marco. Es la expresividad del actor con la mirada, son las inflexiones vocales, su trabajo corporal y cómo los directores lo retratan en el plano lo que hace su trabajo memorable. Su interpretación es en ocasiones exagerada, acorde al propio personaje.
Segundo, el diálogo entre realidad y ficción. Aunque esto no sea el dispositivo en sí, ya que sucede principalmente al inicio y al final, es una de sus característica más llamativas del filme. Podemos ver su funcionamiento en un abrupto pero genialísimo corte entre las imágenes de archivo de su comparecencia en el Congreso que sigue a otro de la reconstrucción ficcional de la película. Donde más brilla este recurso es en los últimos 30 minutos, donde podemos ver al Enric de la ficción reaccionar al Enric real. Finalmente la propia película se descubre a sí misma como una gran fabulación que intentó ser fiel a la realidad, dentro de lo posible.
Este juego da una dimensión a la película que resulta incompleta. De no haber sido así, estaríamos hablando de una de las mejores películas españolas del año. Sin embargo, nos encontramos solo con una película notable.
Sin Comentarios