Crítica de Frankenstein de Guillermo del Toro
Tras su paso por el Festival de Venecia y San Sebastián de 2025, llega a Netflix la nueva película de Guillermo del Toro. Frankenstein es una de las películas más esperadas del año. Aquí mi crítica.
El mito de Frankenstein, uno de los mejores relatos de terror adaptados al cine, se basa en la novela de Mary Shelley de 1818 y es uno de los preferidos del cineasta mexicano de 61 años. Sin embargo, esta obra está marcada no por la novela en sí, sino por el terror gótico del romanticismo. Guillermo del Toro ha abordado este género de formas diferentes en su filmografía. A veces, combinando lo fantástico con lo real, resultando en obras donde lo ordinario y lo extraordinario conviven (o se ocultan el uno del otro). Ejemplos claros: El espinazo del diablo (2001), El Laberinto del Fauno (2006) y La Forma del Agua (2017). Otras veces, lo fantástico ha dominado la escena en todo momento, resultando en cuentos góticos como La Cumbre Escarlata (2015).
En 2022, Guillermo del Toro estrenó en Netflix su adaptación en animación stop motion de Pinocho. En ella, revivía el cuento clásico con una lectura política antifascista, algo novedoso en las múltiples adaptaciones del niño de madera. Pero, más importante que eso, era una secuencia en la que Del Toro rendía homenaje a Frankenstein. Hablo de la secuencia en la que Geppetto construía a Pinocho, narrado como la construcción del monstruo de Frankenstein a raíz de recolectar restos de cadáveres. 3 años después, Del Toro regresa con su soñada adaptación de la novela de Shelley.
El argumento es por todos conocidos. En 1857, un barco danés encallado en el Polo Norte recibe una misteriosa visita. La de un herido y enloquecido doctor y una peligrosa e indestructible criatura que reclama su cuerpo. A lo largo de la noche, el doctor narrará su historia al capitán. La historia de Víctor Frankenstein (Oscar Isaac), un médico obsesionado con vencer a la muerte y revivir a un cadáver. Halander (Christoph Waltz), un traficante de armas, le ofrece financiación ilimitada y una torre abandonada en la que realizar sus experimentos. También conoce a su sobrina, Elisabeth (Mia Goth), prometida de su hermano. Finalmente, Victor recolecta pedazos de cadáveres, dando forma y vida a un monstruo (Jacob Elordy) al que trata como a un animal. Los problemas comienzan cuando este monstruo escapa y empieza a vivir en el mundo exterior.
No será por adaptaciones al cine de esta novela. En 1931, James Whale dirigió la más icónica y referenciada de todas, protagonizada por Boris Karloff. Aquella película, de la que hubo múltiples secuelas (incluyendo la imprescindible La Novia de Frankenstein en 1935) ha sido punto de referencia para las películas de terror clásicas, influenciadas por el movimiento expresionista alemán. Décadas después, Kenneth Branagh firmó la que puede ser una de las adaptaciones más fieles y alocadas de la novela: Frankenstein de Mary Shelley (1994), con Robert de Niro como el monstruo. Llegado un punto de la película, el punto de vista deja de ser el de Frankenstein y pasa a ser el del monstruo, aprendiendo a vivir como un humano a través de una familia de campesinos a los que observa y cuida.
Unas pocas décadas después, Del Toro nos trae su versión y cabe preguntarse: ¿Qué va a aportar al mito con su visión? Y la respuesta no es muy agradable: nada en absoluto. Uno de los nuevos pasajes en la historia es la infancia de Víctor Frankenstein, marcada por la muerte de su madre y el autoritarismo de su padre. Sección, aunque relativamente breve, intrascendente en la película. Todo intento por «explicar» las taras de su protagonista se quedan en un simplísimo prólogo que no cuenta nada que el espectador no pueda entender o deducir a posteriori.
Cabe decir que, en todas las películas de Guillermo del Toro (en las buenas y las malas), hay un acabado visual más que notable. En su Frankenstein hay un diseño de producción superlativo, de proporciones gigantes, detallado, gótico y tremendamente expresivo. Esto, que ya es marca de la casa, puede ser la mayor contribución del director al mito de Frankenstein. Eso, y el diseño del protagonista humanoide. En vez de ser aquel gigante terso, verde, con tornillos en la cabeza y voz ronca, el monstruo de Jacob Elordi es gris como un cadáver sin sangre. Es delgado, alto e imponente. Pero el director se fija en su mirada melancólica y asustada más que en su físico. La interpretación de Elordi le da capas a esta nueva versión, convirtiendo lo aterrador en conmovedor. Hay sensibilidad en la escritura. Hay cariño en la forma en la que Del Toro lo filma.
No se puede decir lo mismo de su otro protagonista, un Oscar Isaac algo pasado de vueltas, radicalmente alejado de la contención que le caracteriza en sus mejores trabajos. Más que él, se podría destacar a Mia Goth (y su espectacular diseño de vestuario). Sus escenas interactuando con el monstruo, con dulzura en contraste a la agresividad de su creador, dejan ver a la excelente actriz que es.
Y ya está. El Frankenstein de Guillermo del Toro no se desvía del relato original ni siquiera cuando tiene la oportunidad. Sí que introduce un par de momentos de acción espectacular y violenta, pero poco aportan a una película con una vertiente más sensible. Es más, pueden llegar a desentonar. En cuanto al guion, hay relaciones pobremente desarrolladas. La enemistad entre Víctor y Elisabeth. La relación entre Víctor y su hermano. El papel de Christoph Waltz. Todo esto deja bastante que desear, y más teniendo en cuenta que se trata de una película de dos horas y media, incapaz de cerrar arcos bien escritos. Por suerte, todo lo que rodea al monstruo está bien resuelto.
Aquí tenemos una película que innova menos que el Nosferatu de Robert Eggers. Aquella estaba realizada a través de la admiración hacia la obra de Murnau, rindiendo homenaje de forma constante a la obra original. La visión de Guillermo del Toro tiene su distintivo sello en la dirección, pero no aporta prácticamente nada a lo que ya conocemos. La versión de 1994, dirigida por Branagh, cuenta lo mismo y lo cuenta mejor. Aunque no tenga la música de Alexandre Desplat, ni la fotografía de Dan Laustsen, el relato no ha evolucionado más desde entonces.
En definitiva, este Frankenstein de Guillermo del Toro está resuelto con brillantez cinematográfica pero resulta algo decepcionante.






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