Crítica de «Tardes de Soledad» de Albert Serra
Tras ganar en el Festival de San Sebastián en 2024, la nueva película de Albert Serra se estrenará en salas españolas el 7 de marzo de 2025. Tardes de Soledad es una de las últimas películas en retratar la tauromaquia. Aquí mi crítica.
El cine de Albert Serra resulta tan ligado a la personalidad de su director que resulta imposible separar la obra de su autor. El talento del director para las imágenes y el montaje es innegable, pero choca a gran velocidad contra su propio ego. La radicalidad de sus formas, así como muchos de los temas que trata en sus filmes, vienen acompañados de cierto aroma a clasismo. Es un cine que expulsa a buena parte del público por múltiples motivos, principalmente formales, convirtiéndose en un cine minoritario. A su vez, Serra defiende que su cine es capaz de abrir la mente del espectador al hacer experiencias cinematográficas trascendentales.
En sus primeras películas, esto no era tan notorio. Honor de Cavallería (2006) y El canto de los pájaros (2008) aportan una visión novedosa y original de mitos y leyendas como El Quijote o Los reyes magos. Son películas de carácter documental, aunque todo lo que vemos en ellas trate de ficción. El giro lo dio La Muerte de Luis XIV (2016), película contemplativa sobre la muerte del monarca que se concibió como parte de la instalación de un museo. Sus siguientes cintas parten de premisas tan radicales como únicas. En 2019 estrenó Liberté, que se ambienta en la Francia del siglo XVIII y que narra el libertinaje aristócrata de forma atmosférica y, de nuevo, contemplativa. El mayor éxito lo tuvo Albert Serra con Pacifiction (2022), una irónica crítica a la crisis nuclear actual, y con la que él mismo se puso la medalla del mejor director del mundo.
Podrán gustar más o menos, pero Serra sabe encontrar ideas novedosas y rodearse de un equipo que hace de sus películas algo peculiar aunque yo no encuentre esas «experiencias trancendentales» que él afirma en sus películas. Su intención no es provocadora, pero el resultado de oírle hablar está en una fina línea entre la hostilidad y la vergüenza ajena.
Con Tardes de Soledad (2024), su primer largometraje abiertamente documental, Serra firma su película más problemática e inoportuna hasta la fecha.
En términos puramente cinematográficos, la película me parece muy interesante. Plantea un dispositivo documental basado en la repetición de un ritual; el torero (Andrés Roca Rey) se prepara en un hotel, vistiéndose el traje de luces de forma minuciosa y ordenada. Se monta en un coche con su cuadrilla, rumbo a la plaza. Una vez ahí, se enfrenta a los toros de la jornada en un baile con la muerte. Aunque siempre salga victorioso, el combate puede haber sido duro. Regresa al coche, de nuevo acompañado de su cuadrilla, con distintos estados de ánimo. Se le ve emocionado, nervioso, apaciguado, exaltado. Y finalmente, regresa al hotel, se desviste, y da por finalizado el ritual.
Serra repite este proceso a lo largo de su documental, fragmentándolo y estructurándolo con mucha lógica para lograr un desarrollo emocional. Sin embargo, introduce pequeñas variaciones; el tiempo, la plaza, el animal, el estado de ánimo, el número de errores, la dureza del duelo, etc. Las conversaciones en el coche funcionan como puntos y aparte. Deja a los personajes comentar lo sucedido con naturalidad, sin que haya siquiera un operador de cámara con ellos. Lo único que varía es el inicio. Dedica una secuencia al animal. El toro mira a cámara, reposando tranquilo en la oscuridad de la noche, en su lugar de descanso. Es el único momento de la película que tiene al animal como protagonista. Luego volveremos a esto…
De aquí se extraen cosas interesantes. Primero, los toreros. Sus conversaciones sin filtros hacen relucir las dinámicas entre las cuadrillas. Son gente muy simple, cuyos temas de conversación no van mucho más allá de aquello que les reúne en aquel coche. Y aún así hay mucho acercamiento, mucho sentimiento entre ellos. Por momentos resulta cómico, especialmente el momento en el que uno de ellos no para de repetir la misma frase una y otra vez. A veces es extraño verles con lágrimas en los ojos, visiblemente afectados, conteniendo sus emociones. Se nota cierta masculinidad tóxica en el ambiente.
Segundo, las corridas. Éstas suponen la columna vertebral de la película. La cámara se sitúa lejos, pero la imagen no puede ser más cercana. Encuadra siempre poniendo al hombre a la misma altura e importancia del animal. No vemos ni público ni gradas, solamente arena. La mezcla de planos americanos, medios y cortos hacen del acto una coreografía de lo más estimulante. Visualmente, es de una crudeza y produce tal impacto que es fácil de comparar con un cuadro de Goya. Los colores resaltan la violencia no con aires provocadores, sino haciendo énfasis en la belleza del acto en sí.
Con todo, Serra construye una película sobre el arte y la trascendencia de la tauromaquia. Él lo contempla como un baile con la muerte, un ritual bellísimo, un acontecimiento cinematográfico sin precedentes. Y así lo reflejan sus imágenes.
Albert Serra ha querido hacer una película sobre tauromaquia en 2024 eliminando todo componente folclórico y político de la ecuación. En sus palabras, aquello le molesta y puede dar lugar a interpretaciones que no le interesan. Por eso, concentra la acción en la arena y elimina al público de sus imágenes. El problema es que esto es como La Zona de Interés. El no verlo lo hace más evidente, porque sí podemos escucharlo. Serra debe ser consciente de que el sonido es un arma muy poderosa, así que tiene que haber sido muy cuidadoso con aquello que se escucha y cuándo se escucha, manipulando a conveniencia la realidad filmada. Pero ni con este esfuerzo desaparece aquello que rodea la tauromaquia en España. Tendría que ensordecer la película en su totalidad para que nada de eso entre, y aún así, lo notaríamos.
Supongamos que esto no es un problema. Si nos quedamos solo con el ritual, el componente ideológico se suma al componente moral. Debe haber unas 10 o 12 corridas a lo largo de Tardes de Soledad, lo que supone unas 10 o 12 muertes explícitas de animales en un primerísimo primer plano. Serra ve belleza y éxtasis en un acto aberrante contra el toro, al que no tiene el menor aprecio, como sí lo tiene hacia el torero. Puede ser inconsciencia, creyendo que el poderío de sus imágenes es suficiente para justificar lo alienantes que son. O puede ser puro sadismo, regodeándose en la muerte del animal mediante lo visual y narrativo. En cualquiera de los casos, me parece cuestionable.
Se deja ver la postura que toma su director. No acepta interpretaciones o matices que él mismo no haya contemplado con anterioridad. Se niega a aceptar que haya retazos de folclore, facherío y masculinidad tóxica. Se niega a aceptar que, para un sector de la población, la vida del toro valga lo mismo que la de un humano. La conversación sobre la película se ve limitada a lo que su director permite, evitando (por alguna razón) que su documental sea rico en matices.
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