Crítica de «Joker: Folie à Deux» de Todd Phillips
Si hay un estreno de cine reciente que ha generado controversia entre el público y la crítica, ése es Joker: Folie à Deux, de Todd Phillips. Aquí os dejo con mi crítica de la película.
En 2019 ganaba el León de Oro del Festival de Venecia Joker, la película independiente (del universo cinematográfico) de DC que narraba los orígenes de un nuevo villano. Había expectación con dicha película. Al principio, iba a estar producida por Martin Scorsese, hasta que éste se desvinculó del proyecto. Quedó como ganadora en el Festival de Venecia. Algunos críticos la alababan como una película atrevida, mientras que otros señalaban su potencial revolucionario y sus problemáticas. La estética recordaba al cine de los años 70, un cruce entre Taxi Driver y El Rey de la Comedia. Y el protagonista era Joaquín Phoenix, un actor brillante que escogía sus proyectos con mucho cuidado.
¿Qué podía salir mal?
Para empezar, Todd Phillips no tiene el menor tacto a la hora de hablar de un tema sensible como es la enfermedad mental. Él viene de la comedia burra e inmediata de Resacón en las Vegas, cuya sutileza es inexistente y, cinematográficamente hablando, es muy limitada. Joker hacía de la esquizofrenia, o la enfermedad que les conviniese a los guionistas, algo banal con lo que jugar sin ningún rastro de responsabilidad. Era tramposa, simple, efectista, limitada en sus recursos (luces parpadeantes para generar tensión, música turbia cuando la escena es turbia) y plana. Plana porque el protagonista, Arthur Fleck, no presentaba un arco real. Empieza estando loco y termina estando loco. Todas las acciones que realiza a lo largo de la película son tan obvias que limita las posibilidades del personaje.
El tiempo no ha sido amable con Joker y muchos detractores han señalado lo mala película que es. Tan mala que Joaquín Phoenix, al que hemos visto recientemente en Napoleón, sin estar mal de por sí, se pasea por la película sin ningún control o intención más allá de llamar la atención. Y no es culpa del actor, sino de un director incapaz de dirigirle. Porque no sabe transmitir su discurso por vías cinematográficamente expresivas.
Y así es como llegamos a Joker: Folie à Deux, una secuela que nadie esperaba y que ha dividido a los fans de la película de 2019.
La secuela de Joker, dirigida por Todd Phillips y escrita por el propio Phillips y Scott Silver (guionista de la primera), sitúa la acción unos años después del asesinato de Murray en Televisión. Arthur ha sido internado en Arkham, un hospital psiquiátrico, a la espera de juicio por sus crímenes. Su abogada tiene un plan: alegar que Arthur tiene una doble personalidad, y que fue el Joker (y no Arthur) quien cometió aquellos atroces crímenes. Así lo explica el director al inicio de la película mediante un corto de animación al estilo de los Looney Tunes, en el que la sombra de Arthur se viste como él y desata el caos para que luego Arthur cargue con toda la culpa.
Quitando el hecho de que el corto tiene una animación muy pobre, esta trama sobre la doble personalidad es de lo más endeble. No hay indicios de ello en la primera Joker. En aquella película, Arthur confundía realidad con imaginación al crear una relación amorosa con su vecina. La transformación en el payaso asesino era, intencionadamente, progresiva. La duda que plantan en el espectador, sobre si Arthur es o no realmente ese Joker, es absurda porque ya conocemos la respuesta.
Esto se enlaza con una de las múltiples facetas de Joker: Folie à Deux: el drama judicial. Todo gira en torno a la culpabilidad de Arthur y a las expectativas, tanto de sus fans extremistas que piden su liberación, como las del público que espera un alegato con la misma violencia que la primera. Todd Phillips juega con dichas expectativas, eludiendo ese momento constantemente para hacer un discurso en su contra. Esta secuela habla en clave meta-lingüística, culpando a los espectadores de buscar una escena grandilocuente en el que el Joker se vuelve loco y desata el caos. Para sorpresa de nadie, Arthur solo es un enfermo mental en busca de paz (ese era el mensaje de la película de 2019). Y Phillips fracasa estrepitosamente al hacer su película tan grandilocuente.
Las escenas del juzgado tienen una escritura muy pobre. Tienen diálogos reiterativos, que no conducen a ninguna parte, que no añaden ninguna información nueva al caso y que no generan suspense alguno. Se quedan en una simple imitación, vacía en forma y fondo, de esos dramas judiciales de los años 50 y 60. Lo mismo sucede con su drama carcelario. Tiene un puñado de referencias, títulos clásicos y no tan clásicos, que lanza sin criterio ni tampoco demasiado talento. Situaciones tópicas y previsibles. Personajes arquetípicos, como el carcelero malvado, interpretado por Brendan Gleeson. Artífice de uno de los actos más gratuitos, injustificados e inservibles de toda la película. Todo rodado con un preciosismo chocante y constante.
No se le pueden achacar problemas técnicos a Joker: Folie à Deux, sino problemas narrativos. Aquí es donde entra en juego su faceta más controversial: el musical, en su sentido más clásico. Según el director, es una evolución natural del carácter musical de la primera entrega, y estoy completamente a favor de ello. Las secuencias musicales muestran la abstracción mental de Arthur, así como una manera de desahogarse. Entra en juego una figura fundamental en la película. Lee, interpretada por Lady Gaga, la mujer que enamora a Arthur y se convierte en su compañera. El personaje representa además ese discurso extremista que trata de criticar el director. Ella es una persona obsesionada con la figura del Joker, provocando que Arthur «se suelte» con mayor frecuencia. Así, protagonizan los momentos musicales, que son las escenas más estilizadas.
De nuevo, Phillips lanza referencias vacías al espectador. Paraguas de colores. Escenografía antinatural. Colores saturados. Una coreografía que juega con el espacio. Luces no realistas. Y un largo etcétera que, sobre el papel, debería funcionar. El problema llega cuando se trata con tanta simpleza desde el punto de vista narrativo. Algunas escenas pueden resultar por sí solas, pero una película no son secuencias aisladas. Musicalmente hablando es sosa, repetitiva, incluso cansina. Sus números no narran, sino complementan. Son intercambiables. Incluso podrías eliminarlos de la película y seguiría siendo la misma.
Todas las virtudes visuales que uno pueda encontrarle a Joker: Folie à Deux tan solo actúan como un caparazón vacío, igual que en su predecesora. Y al ser más ambiciosa, tropieza todavía más veces. Habrá a quien le convenza, pero a mí desde luego me deja bastante fuera.
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