Crítica de «El Mal No Existe» de Ryusuke Hamaguchi
El día 1 de mayo se estrena en España El mal no Existe, la nueva obra maestra de Ryusuke Hamaguchi cuya crítica os dejo a continuación.
Ryusuke Hamaguchi, director japonés de 45 años, tiene una filmografía breve pero en constante madurez. Solo puedo hablar de sus últimas películas, pero la mezcla de géneros bajo un mismo estilo y su mirada humanista y empática está presente en todas ellas. Asako I & II (2018) se percibe como un cuento sobre el amor y el tiempo, sobre sanar heridas y sobre la honestidad. La Ruleta de la Fortuna y La Fantasía (2021) colecciona tres cuentos que abrazan el naturalismo para hablar de personas sentimentalmente dañadas.
Así llega a su mega-hit que le valió el Oscar a Mejor Película Extrajera: Drive my Car (2021) recoge todas las señas de autoría que le definen. Hamaguchi recurre a una narración pausada y contemplativa que recoge, en tiempo real, las vivencias de sus personajes. «Todas las películas son ficción y documental al mismo tiempo» declaró el director en una entrevista sobre Drive My Car. «El actor actúa frente a la cámara. Lo que la cámara capta allí es un documental sobre los actores, están haciendo algo que sucede una sola vez«. Hamaguchi es elegante en su puesta en escena, heredando las tendencias estéticas del cine japonés (y de parte del cine asiático). Es un director cinéfilo que absorbe todas sus influencias y las traduce a un estilo propio.
Merece la pena desarmar el argumento, dispositivo y temas de El mal no existe. A partir de aquí habrá potenciales spoilers.
La película abre con el origen del proyecto: una composición musical de Eiko Ishibashi. La pieza transita por múltiples sensaciones, incluso géneros, llegando a emocionar por su armonía y a perturbar en sus tramos más inquietantes. Mientras esta suena, vemos cómo los árboles tapan el cielo en un suave travelling protagonizado por la naturaleza. Declara su director que, a día de hoy, no sabe bien qué es su película, sino aquello que le transmitió esta pieza.
Pronto, conocemos a sus personajes y el entorno, que es igual de protagonista. Takumi (Hitoshi Omika)y su hija pequeña, Hana, viven en un pueblo rodeados de naturaleza y con acceso a aguas dulces. Su vida gira en torno a este espacio, manteniendo un delicado equilibrio. Se aprovechan de los recursos naturales de su alrededor sin nunca dañar el ecosistema. En este tramo, Hamaguchi genera una lírica contemplativa, silenciosa y plácida. Takumi recoge agua del arrollo. Corta madera. Recolecta wasabi para un amigo cocinero. Apenas hace falta el diálogo, salvo para hablar de pequeños detalles que serán de utilidad posteriormente.
Poco después, se produce una asamblea. Una empresa ha comprado unos terrenos cercanos al pueblo para construir un glamuroso «glamping» para gente de la ciudad, amenazando la armonía de la que disfrutan sus habitantes. Mandan a dos emisarios (Ryo Nishikawa y Ryuji Kosaka) que ni siquiera pertenecen a dicha empresa, sino que solo son representantes. En la asamblea se plantean y rebaten todas las problemáticas que surgen de este proyecto, revelando que la opinión que tengan los ciudadanos sobre el tema importa más bien poco.
Entonces, Hamaguchi da un giro en todos los sentidos. Primero, en el punto de vista, que pasa a ser el de los dos emisarios de vuelta en Tokio. El espacio pasa a ser urbano e industrial, aunque por un breve periodo de tiempo. Los dos emisarios regresan al pueblo y Hamaguchi los usa para corromper la armonía previamente presentada. Todos son contrastes. El color de la ropa de los emisarios desentona. La música cesa abruptamente. Los diálogos intentan imponerse al silencio de la naturaleza, creando momentos incómodos o tensos.
El director representa este desequilibrio rompiendo con todo, incluso con el género. Sin tocar el tono y el estilo de su propuesta, la película se transforma lentamente en un pequeño aunque intenso thriller. Los eventos narrados en sus últimos 20 minutos crecen en gravedad. La tensión aumenta hasta un desenlace igual de abrupto que los cortes musicales. La naturaleza parece defenderse al ser atacada, y aquel que actúa como guardián hace uso de la violencia. Hamaguchi finaliza de manera ambigua y chocante, pero es un gesto perfecto a nivel discursivo.
Una película importantísima, inteligente, concisa y que deja un gran poso en el espectador.
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