Crítica de «Els Encantats» de Elena Trapé
Hace meses se estrenó en España la nueva película de la joven directora Elena Trapé. Els Encantats es uno de los títulos españoles más olvidados de 2023 y merece ser reivindicado. Aquí mi crítica.
El cine de Elena Trapé trata acerca del retrato generacional. Debutó en el largometraje con su película Blog (2010), donde retrató a un grupo de adolescentes de 15 años en el instituto. Le siguió Les distàncies (2018), su paso a la edad adulta, en la que un grupo de amigos treintañeros viajan al extranjero por el cumpleaños de un miembro del grupo, quien lleva años desconectado. Ambas películas reflexionan acerca de la edad y el tiempo. Mientras que Blog presenta la adolescencia como una etapa compleja, pero con espacio para la alegría, Les distàncies es descorazonadora de principio a fin.
Els Encantats es un nuevo paso de madurez para su directora. Los temas habituales de su cine van muy ligados a su propio crecimiento y desarrollo personal, lo que convierte a sus largometrajes en algo muy especial.
Tras su reciente separación, Irene (Laia Costa) se enfrenta por primera vez a la ausencia de su hija de cuatro años, que está pasando unos días con su padre. Incapaz de adaptarse a esta nueva realidad, decide viajar a un pequeño pueblo del Pirineo catalán donde tiene una casa, buscando recuperar la seguridad y la calma que siente que hace tiempo ha perdido.
Irene podría ser un personaje del universo de Les distàncies. Su melancolía es la misma que el personaje que interpretó Alexandra Jiménez en la película de 2018. Irene es un personaje con escasos recursos para la felicidad. La casa, los vecinos, su nueva pareja y los amigos que hace por el camino alivian su dolor por momentos, pero siempre termina derrumbándose.
Elena Trapé escribe a sus personajes con honestidad y sabiduría. La escena puede ir de lo que sea, pero si Irene se siente frustrada, ofendida o cansada, la directora no trata de pasarlo por alto. Al contrario: lo remarca, cambiando por completo el sentido de la secuencia. Esto provoca que todo se sienta orgánico y muy sincero. Hay espacio incluso para lo fantástico, con gestos cinematográficos que apuntan a una lírica de la naturaleza.
La directora economiza y utiliza muy bien todos sus recursos. Los zooms como momentos de realización. El paneo como aceptación. El fuera de campo es de una sutileza y delicadeza envidiable, siendo una constante durante toda la película. El uso de los espacios, más allá de la comparación ciudad – campo, es otra de sus grandes virtudes. Todo lugar alberga una historia (dentro de la ficción) y un significado (cinematográfico). Aunque se trate de estilos diferentes, se siente como la sucesora natural de Cinco Lobitos. No por nada ambas tienen secundarios de lujo acompañando (nunca tapando) a Laia Costa dando lo mejor de sí.
Por desgracia, cae en un problema frecuente en la nueva ola del cine rural español, en la que también encajaría Los Pequeños Amores. Idealiza el campo como lugar de descanso, dejando ver su mirada privilegiada y prejuiciosa. Llega a parecer algo fetichista, con un acercamiento simple a esta clase de lugares. Por suerte, la escena final consigue desdecirse.
Cuesta justificar algunas de las decisiones de Trapé en la narración. Una elipsis que rompe el ritmo de la secuencia, un paneo que parece no apuntar a nada, un punto de vista caprichoso… Detalles que no matan ni muchísimo menos a Els Encantats, pero que me cuesta obviar en un dispositivo tan preciso como éste.
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