Crítica de Una batalla tras otra de Paul Thomas Anderson
La esperadísima nueva película de Paul Thomas Anderson, uno de los mejores directores americanos en activo, llega por fin a salas españolas. Una Batalla Tras Otra apunta a ser una de las mejores películas del año. Aquí mi crítica.
Paul Thomas Anderson, cineasta de 55 años, es una de las imágenes vivas del cine de autor norteamericano. Junto a James Gray y David Fincher, es uno de los cineastas más interesantes desde la década de los 90. Su estilo ha variado y evolucionado tanto que, a día de hoy, es uno de los más polifacéticos de la actualidad. Desde el carácter noventero, festivo y pop de los 90 en películas como Boogie Nights (1997) o Magnolia (1999), al más puro estilo de Robert Altman. Pasando por propuestas tan sobrias, clásicas y contenidas como Pozos de ambición (2007), The Master (2012) o El hilo invisible (2017). Y acabando con películas alocadas y anárquicas como Puro Vicio (2014), Licorice Pizza (2021) y la que nos ocupa.
No es la primera vez que Anderson adapta una novela de Thomas Pynchon. Puro Vicio (2014) ya tenía su particular posmodernismo maximalista, con una revisión de los códigos del Cine Negro a través de los ojos de un detective privado trasnochado. Aquella película, de recepción tibia por parte de crítica y público, resultaba en una alocada e inclasificable comedia de enredo en clave de thriller policiaco, asombrosamente ensamblada. Por eso resulta tan llamativo que Una batalla tras otra, adaptación de la inadaptable novela Vineland, apunte a ser un éxito. Porque partiendo de un material tan difuso, el director ha sabido enfocarlo al gran público y hacer su película más comercial y divertida hasta la fecha.
La novela de Pynchon no se centra en uno, sino en varios puntos de gravedad. A través de flashbacks de sus personajes, la historia abraza el espíritu de rebeldía de los 60 y describe los rasgos de la «represión fascista nixoniana». La película de Paul Thomas Anderson toma estos temas y los enfoca en tan solo unos pocos personajes. Una batalla tras otra sigue a una banda de revolucionarios que fracasan en su cometido. Sus buenas intenciones acaban empapándolos de violencia y en una concatenación de errores que les obliga a recluirse.
Uno de ellos, Bob Ferguson (Leonardo DiCaprio) tiene una relación con Perfidia (Teyana Taylor), una veterana luchadora con la que tiene una hija, Willa (Chase Infinity). Su madre, ante la imposibilidad de cuidarla, les abandona. Así que Bob cuida de Willa como un padre controlador y paranoico. Todo se complica el día en que el Coronel Steven J Lockjaw (Sean Penn), antiguo enemigo de la banda, secuestra a Willa y obliga a Bob a volver a la acción.
Lo que hace Paul Thomas Anderson con esta historia es convertirla en una película del género de acción de lo más atípica. Su primera parte, que actúa a modo de prólogo, tiene un ritmo trepidante, enérgico y desenfadado. Un acelerón de principio a fin, acompañado de la partitura de Johnny Greenwood (a ritmo de piano y percusión), fotografía de Michael Bauman en Vistavision y montaje de Andy Jurgensen. Y cuando ésta acaba, la película se dilata en el tiempo, respira y funciona de forma diferente y construye un crescendo de intensidad formidable. Sus sucesivos bloques (de formas y tonos) con elipsis y recursos narrativos de toda clase, hacen de la película un disfrute absoluto. Pero hay más.
Anderson y su director de fotografía componen imágenes que desafían lo visualmente placentero. Se trata de una película que no trata de lucir «bonita», aún trabajando en Vistavision y formato IMAX. El uso de reflejos, lentes, texturas, colores y blocking llevan la película a un terreno muy distinto. Es trabajo de artesanía, de creatividad con el espacio y la cámara. A veces, puede recordar a Michael Mann, otras veces a John Carpenter (uno de los mejores directores del cine de terror). Pero, en última instancia, es una película de Paul Thomas Anderson. La secuencia de persecución en coche, por la elección de ópticas, se transforma en un oleaje de asfalto, desierto y gasolina de lo más estimulante.
El director traza aquí una sátira política de gran poder discursivo. Lejos de otras propuestas de este año como Mickey 17 o Eddington, que vienen a decir un poco lo mismo, PTA le otorga una comicidad y una honestidad insólita. El director nos traslada a una atmósfera de proto-fascismo que es fácil de identificar con la actualidad. El villano, brillantemente interpretado por Sean Penn, es un militar obsesionado con la mujer de Bob. Su relación, tan bizarra y cargada de sexualidad, se desarrolla más tarde en relaciones paterno-filiales. DiCaprio en busca de su hija, a la que no comprende pero por la que se preocupa. Penn, en busca de la misma chica, para enmendar su pasado y asegurar su futuro como una persona de la élite fascista.
La tesis de la película reside aquí: los fascistas podrán tener todo el poder y la artillería a su disposición, pero no sirven para absolutamente nada. La gente común, a pesar de todas sus diferencias, tiene algo que los otros jamás podrán obtener: vida y amor. Anderson teje una historia que termina conmoviendo, tanto en lo personal como en lo político. De forma que nunca resulte condescendiente ni simplista, realiza un discurso que dice así: las nuevas generaciones arrastrarán los problemas de sus padres, pero en su mano está el hacer las cosas diferentes. Hacerlas mejor.
No es una de las mejores películas de Paul Thomas Anderson por motivos variados, y ninguno especialmente grave. Pero es una gran película, digna de su director y directa a mi lista de lo mejor del año.
Sin Comentarios