Crítica de «Los Pequeños Amores» de Celia Rico
Llega a los cines, después de su paso por el Festival de Málaga de 2024, la nueva película de Celia Rico Clavellino: Los Pequeños Amores. Aquí os dejo mi crítica.
En la última década, hemos sido testigos de una fascinante ola de cine femenino en España. Desde Verano 1993 de Carla Simón, cada año una directora novel ha encontrado hueco en el panorama español, revisitando su infancia, examinando a su familia y entorno o trasladándose al campo como vía de desconexión. Así damos con una extensa lista de títulos como Las Niñas de Pilar Palomero, Cinco Lobitos de Alauda Ruiz de Azúa o El Agua de Elena López Riera.
Viaje al cuarto de una madre (2018), ópera prima de Celia Rico, fue precursora de este movimiento. Ya en su corto Luisa no está en casa (2012) dejaba ver rasgos de su estilo e inquietudes como cineasta. El cine de Celia Rico consiste en examinar el espacio de intimidad familiar desde una sensibilidad muy personal.
En su primera película, contemplaba la convivencia entre una madre y su hija, cuya relación es dependiente y está marcada por una reciente pérdida familiar. Los marcos de las puertas servían aquí como herramienta de encuadre, encerrando sus emociones entre esas cuatro paredes. Mezclaba sabiamente el drama con la comedia costumbrista. Su estilo es contemplativo y económico, resolviendo muchas secuencias con pocos recursos.
Los Pequeños Amores (2024) se siente como una evolución natural del cine de Celia Rico. Aquí, de nuevo, pone el foco en una relación madre-hija, pero cambia por completo el entorno. Ani (Adriana Ozores) sufre un accidente viviendo sola en su casa del pueblo. Teresa (María Vázquez) interrumpe su vida para cuidar de su madre durante la recuperación, removiendo sentimientos que creía haber enterrado. La diferencia más clara entre esta y su predecesora es la escala. La casa no encierra a sus personajes, sino que se abre en todas direcciones. Visitamos el bosque, el pueblo y alrededores. Dejamos entrar a secundarios: pintores, amigos y conocidos. La luz natural inunda la atmósfera, así como el ambiente sonoro y silencioso del exterior.
Con este cambio de perspectiva, la directora desarrolla una historia de emociones reprimidas. Mientras que en Viaje al cuarto de una madre, el principal secreto que escondían las paredes de la casa era la muerte, aquí es el amor. Teresa mantiene una relación a distancia con un hombre con quien se mensajea a base de canciones. La madre, viuda, se ha acostumbrado a la soledad y desconfía de la llegada de desconocidos a su hogar. El guion hace un buen trabajo con estos dos personajes, aunque el conflicto interno de Teresa está tan escondido que termina restándole magnitud.
La directora muestra aquí una maduración formal notoria que se aprecia en su nueva obra Los Pequeños Amores. Antes había soluciones de puesta en escena y de montaje algo toscas. Ahora la ansiada precisión de su propuesta alcanza otro escalón. Se nota, aquí y en muchas producciones del estilo, la mano de Santiago Racaj en la dirección de fotografía y Fernando Franco en el montaje. La planificación de Racaj es muy reconocible en sus planos fijos, panorámicas y ocasionales movimientos de cámara. Continúan resolviendo muchas secuencias con un solo plano, aunque aquí tienen más margen de inventiva en la puesta en escena. Su manera de trabajar la luz, naturalista con espacio para la abstracción, ya es una marca de estilo.
Lo mismo sucede con el montaje. Fernando Franco ordena y estructura los relatos con bastante precisión, atendiendo mucho al ritmo interno de sus imágenes y buscando dialogar a las secuencias. Es por eso que los cortes «menos precisos» llaman tanto la atención. La película sufre en su último trecho con varios momentos consecutivos que parecen concluir el relato. Resulta reiterativo.
Aún con ello, la película destaca por momentos realmente bellos. La secuencia en el cine de verano, bajo la lluvia. La conversación nocturna, en un largo plano fijo sobre madre e hija en la cama. Los detalles costumbristas, llenos de humor y de humanidad. El personaje de Aimar Vega, toda una revelación.
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