Crítica de la serie de TV «30 Monedas» temporada 2 de Álex de la Iglesia
La segunda temporada de 30 Monedas, la serie de TV de terror y acción escrita y dirigida por Alex de la Iglesia ha llegado a su fin. Después de su premiere en el Festival de Sitges 2023, donde pude ver los dos primeros capítulos, aquí os dejo mi crítica completa.
«Cuanto más, mejor» ha sido el lema del cine de Alex de la Iglesia desde sus inicios. El director siempre ha defendido el exceso como una marca de estilo, una forma narrativa que desafía toda lógica y consistencia. No hay más que analizar sus títulos más populares: El Día de la Bestia (1995), La Comunidad (2000), Balada Triste de Trompeta (2010) o Las Brujas de Zugarramurdi (2013). Todas ellas conducen el relato hacia el caos. Cuanto mayor el desfase, mejor el resultado. O al menos eso cree el autor. La realidad es que muchas de sus películas se desinflan ante la falta de cohesión y coherencia. Son sus propuestas más contenidas como El Bar (2017) las que mejor aguantan la vorágine. En un entorno controlado, el estilo de Alex de la Iglesia cobra mayor sentido y aumenta su creatividad. En campo abierto, es imparable.
Álex de la Iglesia ha confeccionado una manera de rodar inconfundible, estrechamente relacionada con su gusto por lo caótico. Alterna movimientos de cámara limpios con sucios. SteadyCam con Camara en Mano. Precisión con anarquía. Este dispositivo funcionó realmente bien con la ya mencionada El Bar, donde el guion conducía muy acertadamente los acontecimientos hacia la barbarie. En cambio, sus más recientes películas parecen olvidarse de ese equilibrio. Ahora manda la anarquía. La cámara en mano rueda a un ritmo taquicárdico. Fuerza tanto la narración que a veces se pasa de revoluciones y termina por romperla.
La primera temporada de la serie de TV 30 Monedas, su proyecto más ambicioso, arrastraba el mismo problema. Estaba rodada de tal manera que podemos olvidarnos de relación espacial, una estructura que deje respirar a las secuencias o un dispositivo coherente con su discurso. Pero, de alguna manera, lograba funcionar. Quizá era su entorno y ambientación castiza, mezclada con el terror sobrenatural. Quizá era la re-imaginación del cristianismo, sus monstruos y ritos. O sus personajes variopintos, mezclando la tradición con la blasfemia. Un cura exorcista boxeador que se enfrenta a bestias del infierno con una metralleta en cada mano.
Así, la primera temporada se antojaba un catálogo de los intereses de su director. Religión, sociedad española, violencia desmedida, sexismo, fantasía, terror y comedia negra. Es así como Alex de la Iglesia se propone llevar su serie al siguiente nivel con la segunda temporada. ¿Cómo superar lo que ya parecía el culmen del caos? Su respuesta parece sencilla: descubriéndole al espectador que lo que había visto no era más que el principio.
El arranque de la segunda temporada no puede ser más prometedor. Vergara (Eduard Fernández), asesinado al final de la primera temporada, es enterrado en un ataúd cubierto de tierra y gusanos para luego despertar en el infierno. Pasan los años y Pedraza se ha convertido en un pueblo fantasma. Los personajes que antes llenaban sus establecimientos ahora son prófugos, enfermos mentales o rehenes del mismísimo diablo. Esta situación permite a De la Iglesia y a su guionista Jorge Guerricaechevarría reformular la serie entera, introducir nuevos personajes e ideas todavía más locas. El Diablo (Cosimo Fusco) ya no es el villano. Lo es un americano multimillonario (Paul Giamatti) que conspira para destruir el mundo. Esto obliga a las fuerzas del infierno a aliarse con quienes antes fueron sus enemigos.
Esta premisa es sumamente interesante, pero no se queda ahí. De la Iglesia abandona el ambiente castizo para viajar por el mundo y hacer una superproducción multilingüe. Visitamos varios piases latinoamericanos, la ciudad del vaticano, aeropuertos romanos, desiertos, junglas, suburbios y cárceles del inframundo. El cristianismo expande sus fronteras hacia el horror cósmico, muertos vivientes, vudú, experimentos secretos y conspiración. Es una pena que el dúo De la Iglesia/Guerricaechevarría no hagan nada interesante con todo este material.
La serie estructura sus múltiples tramas de manera desorganizada. Cada una tiene sus aciertos y problemas, pero están desperdigados por sus ocho capítulos sin ningún tipo de coherencia. No hay nada, ni una cuestión rítmica ni temática, que justifique cambios de punto de vista. El guion propone arcos evolutivos pero ninguno está debidamente desarrollado o completado. Los personajes tienen una personalidad pero no tienen margen ni espacio para mostrarla. Todo es tratado con la misma importancia, y en consecuencia, nada se siente importante.
Esta segunda temporada contiene algunas de las peores secuencias rodadas por Alex de la Iglesia. No puedo quitarme de la cabeza ese horroroso parto, tan abominable como desastroso en su ejecución. También contiene escenas de gran escala con resultados muy cuestionables. El director asume que cuanto más grande, mejor. Como si la escala convirtiese a su obra en algo «indudablemente bueno». Pero volvemos a lo mismo; su manera de rodar no organiza el caos, sino que lo hace difícil de seguir.
Esta temporada deja desnudo a Álex de la Iglesia como narrador, exponiendo más sus carencias que sus virtudes. Ni siquiera el increíble despliegue técnico y artístico luce del todo bien. La dirección de arte, sin ir más lejos, está tan maltratada por el montaje y el manejo de cámara que es fácil pasar por alto el talento del equipo de decorados y atrezzo.
Por supuesto, todo concluye con la promesa de una tercera temporada que no ha sido confirmada. Sería sorprendente que continuase, pero de hacerlo, espero que no transite por los mismos caminos.
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