El legado de «El Exorcista», de William Friedkin
Hace 50 años, el 26 de diciembre de 1973, se estrenó El Exorcista en Estados Unidos y su recibimiento fue demencial. Repaso a continuación el legado de esta influyente película que fue El Exorcista y de su director William Friedkin.
William Friedkin, fallecido el pasado 7 de agosto de 2023, acababa de dejar a la Academia de Hollywood boquiabierta con The French Connection en 1971, ganadora del Óscar a Mejor Película, Mejor Director y Mejor Guion Adaptado (entre otros).
Friedkin, quien era fanático del cine europeo y las corrientes cinematográficas surgidas en la década de los 60, se inspiró en la película Z (1969) de Costa-Gravas y rodó su película The French Connection como si fuese un documental.
La cámara no sabía qué iba a suceder delante suya, así que se enfrentaba a los sucesos del film improvisando como si no se tratase de ficción. De ahí que se considere a Friedkin un artesano de la narración y un erudito del montaje. La famosísima y trepidante persecución de The French Connection así lo demuestra. La cámara escondida en una cabina telefónica, con coches pasando a su lado a máxima velocidad, jugándose la vida.
Justo cuando Friedkin estaba en un pedestal, decidió dar un salto mortal con triple tirabuzón. Llegó a sus manos la oportunidad de abordar un proyecto arriesgado; la adaptación de El Exorcista, la novela homónima de de William Peter Blatty, que a su vez adaptaba un hecho real (un exorcismo realizado en 1949). El material era estremecedor y las posibilidades para la gran pantalla ilimitadas.
Friedkin reunió a Owen Roizman (director de fotografía), Charles Bailey (director de arte), Norman Gray y Evan A. Lottman (montadores) y a Jack Nitzsche (compositor), entre otros, para trasladar su visión de la novela a la pantalla.
El Padre Karras fue un papel muy ansiado por grandes actores como Marlon Brando, Paul Newman o Jack Nicholson, pero acabó siendo Jason Miller quien dio vida a ese tortuoso y afligido cura en plena crisis de fe. El papel de Chris, la madre de la niña, pasó por Audrey Hepburn, Anne Bancroft, Jane Fonda y Shirley MacLaine, pero Friedkin vio en Ellen Burstyn lo que quizá todos los demás percibimos: un rostro tan corruptible y afligido como el del Padre Karras. Claramente, estaba destinada a interpretar a Chris.
Sin embargo, lo más complejo fue encontrar a una niña que pudiese albergar toda la demencia desmedida y violencia incontrolada que el papel necesitaba. Linda Blair hizo uno de esos castings que se te quedan grabados en la mente. Era espontánea, retorcida y muy madura (tenía 13 años).
A este elenco se unieron algunos secundarios de lujo como Max Von Sydow, quien tenía 43 años y aparentaba tener 80 en el papel del Padre Merrin, o Lee J. Cobb en el papel del Teniente Kinderman, a quien ya vimos como duro de roer en 12 Hombres sin Piedad (1957).
Con todo, hicieron historia del cine.
El Exorcista es una demostración de estilo y técnica sin parangón. Friedkin refinó tanto su estilo que el carácter documental de la cámara de The French Connection se había esfumado. Ahora, cada plano es de una artesanía precisa e irremplazable.
El plano más icónico de El Exorcista es la llegada del Padre Merrin. Una panorámica sigue al taxi por la calle hasta que se planta delante de la casa. Una niebla fantasmagórica envuelve el ambiente. La luz se proyecta desde la ventana de Regan hacia el cura, una silueta trajeada ante un destino fatal. Este plano tuvo días enteros de preparación.
El travelling de seguimiento frontal de los médicos llegando a la casa es de un nerviosismo palpable en la imagen. Se rodó con el cámara subido en un arnés que colgaba del techo, a fin de poder realizar el trayecto entero sin morir en el intento. Para la increíble, terrorífica y traumática escena del «spiderwalk» se utilizó a una doble para Regan, una escena descartada por el productor (y autor de la novela) e incluida en el Director’s Cut, la única y mejor manera de ver El Exorcista.
Pero todo esto parece anecdótico si tenemos en cuenta la propia puesta en escena. Aquí, todo es impoluto. El zoom in de los excavadores picando piedra. La primera aparición del mal, en forma de un sintecho oculto entre las sombras del metro. La pesadilla del Padre Karras con la muerte de su madre, hundiéndose en la boca del metro. El primer plano del mal, haciéndose con el control total del cuerpo de Regan, creando una sombra facial que le deforma por completo el rostro. La garganta hinchada. Las cicatrices infectadas. El vómito verde. La cabeza giratoria ensangrentada. Las rimas visuales, los colores fríos, los cortes de montaje perfectos, los fueras de campo, el espacio (la casa) como un protagonista más de la película. La música estridente, los silencios prolongados, las innumerables voces superpuestas que proyecta Regan, ya totalmente poseída. Y un sin fin de detalles que son auténticas joyas de la película
Pero el éxito de El Exorcista no se debe solo a la técnica. Son su guion y las ideas detrás de cada una de las barbaridades que presenciaron los espectadores de 1973 los que la convirtieron en leyenda. Hoy en día no se puede ver El Exorcista sin tener en cuenta el año en el que salió y el público que la vio.
Cualquier espectador conservador de mediana edad que se sentara en la butaca para ver esta película se enfrentaría sin saberlo a su mayor pesadilla. Una madre soltera, divorciada, de clase alta con un trabajo que le quita todo el tiempo que desearía pasar con su hija adolescente.
Un cura en crisis de fe, sexualmente reprimido, con una anciana madre abandonada a su suerte en un cochambroso piso en un barrio marginal. Una adolescente con una enfermedad inexplicable, malhablada, depravada, llena de cortes, de una fuerza sobrehumana y que dice ser el Diablo en persona. La misma hija adorable que pinta en acuarela al inicio del film tira por la ventana al novio de su madre, se masturba con crucifijos ensangrentados, baja las escaleras como una araña salida del infierno y levita 2 metros por encima de su cama.
En este filme presenciamos dos exorcismos: uno médico y otro religioso. Nos acordamos de los curas rociando agua bendita al monstruo mientras gritan «¡El poder de Cristo te obliga!» porque es muchísimo más doloroso (y terrorífico) recordar cómo someten a Regan a monstruosas intervenciones médicas sin que que sirvan para nada. Es pura agonía, un tipo de terror que las infinitas películas sobre exorcismos han pasado por alto. Friedkin no apuntaba hacia el horror paranormal al que estamos acostumbrados en el Siglo XXI, sino a la desesperación y depravación absoluta de una sociedad que no había mirado al mal a los ojos.
Enfrentarse a El Exorcista en 2023 es pan comido. Hemos visto de todo. Y lo peor, hemos visto ya muchos exorcismos. Hay hasta una parodia en Scary Movie 2. Ver ahora a una niña golpearse la cabeza contra la cama repetidas veces resulta extrañamente gracioso. ¿Es por ridiculez? ¿Significa que El Exorcista ha envejecido tanto que su terror ha perdido impacto? Puede ser, aunque el miedo es algo tan subjetivo…
Yo veo hoy esta película sabiendo que no me va a asustar porque me la sé de memoria y, es cierto, no va dirigida a un público tan acostumbrado a ver barbaridades. Pero sigo sufriendo con La semilla del diablo, una película de 1968. ¿Acaso ésa no ha envejecido? Aquí hay un debate eterno sobre lo que da miedo y lo que no, pero una cosa está clara. Lo que hoy nos da miedo es porque ha aprendido de lo que en su día nos atemorizó.
El Exorcista fue apodada como «la película más terrorífica de todos los tiempos». Hoy vemos decenas de películas de terror que existen gracias al clásico de William Friedkin.
Hereditary (2018) es un drama familiar con presencias demoniacas, decapitaciones y rituales satánicos, pero lo que más miedo da no es eso. Es escuchar el llanto de una madre por la brutal muerte de su hija adolescente. El Sacrificio de un Ciervo Sagrado (2017) plantea una historia sobrenatural que transcurre principalmente en un hospital. Prueba tras prueba, los médicos no dan con una explicación racional que justifique que unos niños dejen de comer y de andar. Y no es solo eso. Son las casas donde transcurren las películas de miedo; espacios amplios y tranquilos a punto de ser corrompidos. Son las pesadillas que tiene Suzy en Suspiria (2018). Es la banda sonora. Es la fotografía. Es la interpretación. Es el mito de El Exorcista.
Friedkin no tuvo suerte con el resto de su carrera. Aunque hoy sean consideradas películas de culto, Sorcerer (1977), Cruising (1980) y To Live and Die in L.A. (1985) fueron duramente recibidas por el público y la crítica aunque todas ellas son realmente notables, especialmente su remake de El Salario del Miedo (1953).
Sin embargo, su exorcista continúa sobreviviendo al paso del tiempo. Lo mejor que podemos hacer es aprender de ella.
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