Crítica de Sirat de Oliver Laxe
Después de su elogioso paso por el Festival de Cannes de 2025, llega a salas españolas la nueva película de Óliver Laxe, Sirat, ganadora del Premio del Jurado. Os dejo mi crítica
Óliver Laxe, cineasta español de 43 años, alberga en su filmografía cuatro largometrajes, pero donde deja ver una clara tendencia estética y narrativa no es en Todos vosotros sois capitanes (2010) sino en Mimosas. (2016). Aunque la primera tiene esa esencia documental que difumina la frontera entre realidad y ficción, el primer trabajo de Laxe con el estilo de sus últimos trabajos es su segundo film, Mimosas. Una película protagonizada por gente local que narra un viaje en caravana por las montañas de Marruecos. Rodada con un protagonismo extremo del paisaje, en ella se mezclaba el cine de género (una suerte de Western) con reflexiones espirituales de carácter religioso.
Sin embargo, el verdadero salto de Laxe fue O Que Arde (2019), principalmente en lo narrativo. La historia y estudio de un pirómano reinsertado en la sociedad en una pequeña aldea gallega. El mismo carácter místico que rodeaba las montañas marroquís reaparece aquí en los bosques gallegos, creando una dimensión casi mitológica sobre los espacios. Aunque la puesta en escena no se vea enrarecida, la atmósfera (principalmente por la espectacular fotografía de Mauro Herce y el diseño sonoro) sí convierte lo cotidiano en marciano. Así, al enfrentarnos a las imágenes de Sirat, somos capaces de identificar las tendencias estéticas y narrativas de Laxe.
Sirat comienza a dialogar con Mimosas al localizar su historia en desiertos y montañas de Marruecos. La diferencia es que mientras la primera se centra en los habitantes del país, la segunda tiene un punto de vista occidental. Un numeroso grupo de gente se concentra en una recóndita zona de Marruecos para bailar y drogarse en una Rave. Entre la muchedumbre, un hombre (Sergi López) y su hijo (Bruno Núñez) buscan a Mar, su hija y hermana, desaparecida hace meses. Ahí conocen a un grupo de raveros (europeos) y deciden seguirlos a una fiesta que se celebrará en el desierto, donde esperan encontrar a la joven. Así que, igual que en Mimosas, viajamos por el sur de Marruecos, pero hemos revertido la mirada. La presencia de marroquíes es puramente anecdótica en Sirat. Los personajes no hablan el idioma ni conocen la historia del país.
Laxe plantea la historia con una épica odiseica. La introducción en la rave es ilusionante por ver cómo Laxe narra en imágenes el trance en el que habitan los personajes. Personas perdidas, incluso dañadas, en busca de una libertad espiritual. Contextualiza esa realidad en un futuro cercano. La radio anuncia el inicio de una guerra en Europa y la presencia del ejército en Marruecos deja claro que el fin del mundo puede estar más cerca de lo que parece. El viaje en carretera se vuelve más interesante conforme avanza. No solo por la peripecia, en la que los protagonistas deben sortear múltiples obstáculos, sino por el compañerismo. Aunque no comparten los mismos intereses, los personajes se ayudan entre ellos, entablando una especie de amistad.
Podemos estar hablando además de una de las fotografías más impresionantes del año. No por la belleza de sus imágenes (hay cierto feísmo en ellas), sino por su eficacia narrativa. Mauro Herce ha demostrado en muchas ocasiones su talento (Samsara, O que arde, Matadero) y Sirat solo lo confirma. Un trabajo majestuoso.
Sin embargo, la película sufre un desdoblamiento en su segunda mitad, iniciado por un sorpresivo suceso trágico. Este radical giro de los acontecimientos conduce a los personajes a un infierno del que ninguno saldrá indemne. Y es en esta suma de decisiones donde entro en conflicto con la película. Vayamos por partes.
Primero, la contextualización bélica acaba siendo contraproducente. Los personajes huyen de un Occidente marchito, una suculenta Tercera Guerra Mundial en fuera de campo que sirve para despolitizar el territorio en el que se ambienta la historia. Pero uno no puede evitar preguntarse el por qué de esta necesidad. La atmósfera apocalíptica y desesperanzadora estaba ya instaurada antes siquiera de saber lo que sucede en Occidente. Este espacio abstracto ahora es el campo de pruebas del cineasta para situar estructuras dramáticas y escenas de suspense, pero no me parece que esta decisión ayude lo más mínimo.
Segundo, el punto de vista. Laxe construye una mordaz crítica al ser humano blanco occidental. Aunque no es el primer cineasta europeo en hacer esto, y desde luego, no será el último. Ahí están los ejemplos de Michael Haneke en Caché (2005), Yorgos Lanthimos en Canino (2009) y Ruben Östlund en El Triángulo de la Tristeza (2022). En Sirat, Laxe denuncia el hedonismo y el analfabetismo político de sus personajes. Esta gente se adentra en un territorio conflictivo, cruel y afectado desde hace décadas por la colonización en busca de fiesta. Laxe podría haber elegido otro desierto u otro páramo del mundo, pero ha elegido Marruecos por lo bien que le viene dramáticamente y porque conoce la historia de la región (no por nada ha ambientado ahí dos de sus películas).
Alejándose totalmente del discurso y de las formas de Östlund, Sirat pretende criticar nuestra mirada colonial sobre estos espacios. Sin embargo, se encuentra con baches por el camino. Veamos, en un momento dado aparece un pastor bereber como primera figura no-occidental (aparte de los soldados) pero no habla, apenas tiene papel. Está ahí sin que el director muestre el menor interés por él. En contraposición, pienso en cómo Martin Scorsese afronta el exterminio de los Osage en Los Asesinos de la Luna. Aunque el punto de vista es el del ejecutor, dedica tiempo y espacio a las víctimas de este conflicto de intereses y termina criticando su propia mirada sobre este pueblo. Demuestra interés. Laxe, en cambio, ignora deliberadamente todo el contexto socio-político de la región en la que sitúa su historia. Es arriesgado y no creo que termine de salirle del todo bien.
Esto me lleva a hablar del suspense. El hecho que parte la película en dos es una sorpresa genuina para el espectador, que busca de provocarle un shock (una tendencia muy propia de los cineastas europeos mencionados previamente). A partir de ese momento, un suspense latente acompaña la narración. Es curiosa la construcción que elabora Laxe durante el clímax. Antes incluso de que suceda nada, anticipa por medio de la forma cinematográfica que algo está a punto de suceder. Es tan sencillo como que la cámara se quede quieta en un punto y un personaje u objeto se aleje de ella. Llega a recordar a El Salario del Miedo por su asfixia constante al espectador, que está muy bien lograda. Pero volvemos a lo ya mencionado. Sin seguramente pretenderlo, Laxe ha convertido un espacio politizado y cruel en un parque de atracciones.
Óliver Laxe juega en Sirat con las expectativas del espectador en un ejercicio de crueldad que, si bien es cinematográficamente impecable, no compro en absoluto. Aunque considero que los riesgos que toma son valiosos, está pintando de simple algo tremendamente complejo a propósito, a favor de su discurso. En definitiva, son muchas de sus decisiones las que no comparto.
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