Crítica de «María» de Pablo Larraín
Después de su paso por el Festival de Venecia de 2024, llega a salas españolas la conclusión del tríptico del cineasta chileno. Aquí os dejo mi crítica de María de Pablo Larraín.
La carrera de Pablo Larraín ha estado dividida durante la última década entre proyectos nacionales (películas hispanoparlantes, de producción chilena) y proyectos extranjeros (películas angloparlantes con intérpretes de alto caché). Sus películas en Chile son más personales y hablan de la historia de su país a través de individuos concretos (Nedura 2016, Ema 2019 y El Conde 2023). En cambio, sus películas en el extranjero han conformado un tríptico sobre tres mujeres históricas.
La primera fue Jackie (2016), la historia de Jacqueline «Jackie» Kennedy Onassis en la época en que era primera dama en la Casa Blanca y su vida en los días siguientes al asesinato de su marido, el presidente John F. Kennedy, en 1963. Este drama familiar y particular fue un cambio de registro en la filmografía de su director. Era mucho más introspectivo, más estilizado, con un mayor énfasis en la interpretación de su protagonista, Natalie Portman.
Pero la gallina de los huevos de oro fue Spencer (2021). Aquella narraba un relato ficticio de las decisiones que llevaron a Diana, princesa de Gales a terminar su matrimonio con el príncipe Carlos y renunciar a la familia real británica. Este biopic se desarrollaba como un thriller psicológico a modo de fábula, con una estética soberbia y una interpretación absolutamente increíble de Kristen Stewart, actriz que también destacó en Sangre en los Labios de Rose Glass. De las mejores películas de la década, si me preguntan a mí.
Finalmente llega el turno de María (2024), cuya historia transcurre en la última semana de vida de la célebre cantante de ópera María Callas. Pero esta vez Larraín decepciona.
No es la primera vez, ni seguramente la última, que Larraín tropieza. El Conde, su anterior película, ya fue un considerable fiasco aún teniendo un componente estético muy superior al fondo de su historia. María es un caso extraño porque está escrita por Steven Knight, guionista de Spencer. Se puede reconocer un cierto estilo en el guion. Por un lado, el uso de una estructura no lineal (aunque los flashbacks en Spencer se concebían más como ensoñaciones). Por otro, los diálogos de impostada impronta literaria. Los personajes hablan como si estuviesen interpretando una versión ficticia de ellos mismos, con un formalismo extraño que, sin embargo, da lugar a mucho subtexto. Esto en María no funciona.
Knight estructura María a través de numerosos encuentros con personajes secundarios que dan pie a varios flashbacks. Estas secuencias del pasado son introducidas por medio de recursos algo burdos y manidos. Un joven periodista (Kodi Smit-McPhee) llega a su casa a hacerle una entrevista, pero más tarde reaparece en numerosas ocasiones para pasear con ella a modo de ensoñación y seguir indagando en la vida de la protagonista. El problema es que esta investigación se siente muy vaga en el fondo y nada estimulante en la forma. Lo mismo sucede con su hermana y el difunto marido de la protagonista. Quizá el único secundario realmente estimulante en este aspecto sea el pianista que la insta a recuperar la voz. Son escenas de intimidad musical y vocal, mucho más sutiles y mejor escritas.
María ofrece muchas posibilidades narrativas y parece que Larraín se ha decidido por la más convencional. Esto es curioso, porque si algo caracterizaba a los biopics del director chileno era su no convencionalidad. Es exactamente aquello que esperas sin la menor sorpresa, sin demasiados matices y sin el ingenio de sus anteriores títulos. Aquí, los personajes secundarios interesan más que la propia Callas, con quien es muy difícil empatizar a lo largo de la película. Esto se debe a que el personaje necesita la compañía de otros para activarse, para conducir la historia. No la veremos tomar decisiones. Tan solo asistimos a una cuenta atrás hasta que llegue el momento de su muerte. Sus dos mayordomos hubiesen sido un foco narrativo mucho más estimulante.
La dirección de Larraín puede ser el golpe definitivo para María porque no dista demasiado de un anuncio de perfumes. Está tan ensimismado en el preciosismo de sus imágenes que se ha olvidado de narrar una historia. Y, de nuevo, Spencer y Jackie eran películas muy bien narradas. La fotografía domina la forma cinematográfica por encima incluso de la dirección de actores, con una Angelina Jolie bastante perdida. Y es que la fotografía satura la película de colores vibrantes, texturas de celuloide y composiciones vistosas pero se necesita mucho más que post de Tumblr para narrar. Cuando solo tenemos estampas, la dirección brilla por su ausencia. La puesta en escena continúa la línea de sus anteriores títulos, dándole protagonismo a los espacios en los que se mueven sus protagonistas, pero aquí se siente un vacío muy preocupante.
Y hablando de cosas preocupantes. El tríptico de Larraín ha estado, en mayor o menor medida, demasiado enfocado al dolor y tortura psicológica de sus personajes femeninos. En Jackie y Spencer, este dolor cesaba para dar paso a un estado de normalidad y respiro. En otras palabras, era benevolente con sus personajes y ansiaba su liberación. María, en cambio, elimina todo esto. El fetichismo de Larraín por la miseria femenina de alto estatus social ha tocado un techo bastante problemático. Sumado a su estampado preciosista, no está tan lejos de películas problemáticas como Blonde (2022).
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