Estrenos de cine. Crítica de la película «Volveréis» de Jonás Trueba
Tras su exitoso paso por el Festival de Cannes, llega a las salas españolas uno de los estrenos de cine más esperados. Me refiero a Volveréis, la nueva película de Jonás Trueba. Aquí mi crítica.
La figura de Jonás Trueba, aunque cada vez sea más conocida, sigue siendo de nicho en España. El llamado «Rohmer Español» es uno de los retratistas del amor generacional más especiales de nuestro país. Desde su primera película ha hablado del amor pero también sobre su Madrid, sobre cine, sobre libros, sobre amistad. La Reconquista (2016) supuso un punto de inflexión. El costumbrismo y naturalismo de su obra, de pronto, se veían acompañados de cierto lirismo. Un cine de prosa cuyas imágenes transmitían cierta magia. Una lírica basada en lo anecdótico, en lo invisible, en lo aparente. La belleza de las pequeñas cosas.
Desde La Reconquista (2016) su estilo tanto como guionista como detrás de las cámaras es tan reconocible como personal. Tan personal que su filmografía podría entenderse como un diario privado. Tal como decía en mi crítica de Tenéis que venir a verla (2022) sin la crisis de identidad de La Virgen de Agosto (2019). Igual que no se puede entender el mundo de la pareja protagonista de Volveréis (2024) sin su predecesora. La filmografía de Jonás Trueba es un constante aprendizaje y crecimiento, como la vida misma. Un retrato sincero de sus inquietudes, de sus ocurrencias y su gente.
Volveréis trata sobre una pareja. O más bien, ex parejas. Ale (Itsaso Arana) y Alex (Vito Sanz) llevan 15 años juntos, pero han decidido dejarlo. Los motivos de su ruptura nunca se les son revelados al espectador. Puede que ni siquiera ellos los sepan. Deambulan por su casa, la casa que llevan muchos años compartiendo, como completos extraños. La propia arquitectura del lugar los separa. Puerta, columnas, muebles, habitaciones. Pero hay cierta ambigüedad en sus acciones. Hablan de dejarlo, pero siguen haciendo todo juntos. Duermen juntos, cenan juntos, buscan piso juntos. Todos sus amigos, incluido sus familias, opinan que volverán. Porque es lógico; están hechos el uno para el otro.
Una mañana tienen la idea de montar una fiesta. Realmente la idea no es suya, sino del padre de Ale (Fernando Trueba, padre del director). Siempre decía que las separaciones debían celebrarse y no llorarse. Al principio ninguno de los dos parece realmente convencido, pero la idea está ahí y no paran de retroalimentarse. Tanto que se lo empiezan a contar a todos sus conocidos. Familia y amigos. El director hace un esquema de repetición que en ningún momento resulta reiterativo. La pareja, ya sea juntos o por separado, se sienta a hablar con los interlocutores, creando interacciones de lo más variadas. Algunos reaccionan con sorpresa, confusión y tristeza. Otros se lo toman con entusiasmo, incluso con alegría.
Pero no es solo eso. Al inicio, Ale le explica a Alex que la fiesta de separación siempre le pareció una buena idea para una película. Porque Ale es directora de cine y Alex es actor. Y juntos están haciendo una película sobre lo que está sucediendo. Aunque no es exactamente eso. Los límites entre la realidad de los protagonistas y la supuesta ficción que Ale está rodando son casi imperceptibles. ¿Estamos viendo escenas de un matrimonio o la vida misma? ¿Es la película de Trueba o la de Ale? ¿O son ambas cosas?
Trueba realiza un juego meta-cinematográfico de lo más arriesgado. Es un dispositivo que evita a toda costa convertirse en algo hermético, sorteando posibles problemas. Para ello, el director se ayuda de varios recursos desde el guion, como el personaje del montador. Gracias a él, pone distancia y proporciona ritmo a la meta-narrativa, haciéndonos partícipes a los espectadores del proceso creativo que hay detrás. Llega a incluso a romper algunos momentos por medio del montaje, con cambios de eje y cortes extraños, haciendo más evidente la presencia de este elemento. Es tal su consciencia que, cuando podrías pensar que la película está cayendo en una repetición excesiva, los propios personajes sacan las mismas conclusiones que tú. Y en ese momento, el director y su alter ego (Ale, la directora), encauzan la conclusión del relato hacia otro camino.
Estamos ante la película más compleja, en lo que a dispositivo se refiere, de Jonás Trueba. ¿Y cómo afronta el director esta complejidad desde las formas? Pues con total sencillez y ligereza. Quizá se trate de una de sus películas más sencillas en cuanto a imagen. Siempre con Santiago Racaj, detrás de cámara como director de fotografía, el estilo permanece. Continúan aprovechando espacios y luces naturales, siguiendo la línea estética de Tenéis que venir a verla, aunque alejándose cada vez más del preciosismo de La Virgen de Agosto. En este caso, sus creadores parecen haber abrazado alguno de sus referentes. Ingmar Bergman sería un ejemplo, al que mencionan en la película a través de un juego de cartas del Tarot. En todo caso sería una versión tremendamente ligera de Secretos de un Matrimonio (1973), con toda la amargura pero también con toda su felicidad.
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