Crítica de «La sociedad de la nieve» de J.A. Bayona
En el pasado Festival de Venecia y Festival de San Sebastián se proyectó la última película del realizador catalán Juan Antonio Bayona, La sociedad de la Nieve que peca de academicista y sentimentaloide. Se estrena en Netflix el 4 de enero de 2024. Aquí os dejo mi crítica.
Como espectador y como crítico, siempre me he sentido alejado de las propuestas cinematográficas de Bayona. Desde el éxito de Lo Imposible (2012), se le suelen poner calificativos como «grandioso» o «emocional«. Dentro del mundo de la jerga cinematográfica, «spielberiano«, refiriéndose obviamente a Steven Spielberg. Pero no puedo evitar ver esta comparación como algo puramente superficial. Veo una diferencia notable entre Bayona y varios directores del mismo perfil que Spielberg. Principalmente que, aunque sus películas tengan un acabado visual y técnico bueno, esto nunca termina de elevar la forma.
La emoción es el pilar fundamental del cine de Bayona, siempre dirigido a provocar un gran impacto emotivo en el espectador. En el cine de Spielberg, la emoción llega por el uso y dominio de la forma cinematográfica: cómo planifica, rueda y monta sus imágenes dentro del relato para llegar a conmover. Una tarea que Bayona delega principalmente en el guion, mientras que como director sus imágenes no comunican nada más allá de lo evidente. Sus películas no toman ningún riesgo, ni establecen discursos a través de la forma, ni sus decisiones de puesta en escena responden a nada más allá de «querer emocionar al espectador«.
La sociedad de la nieve, su nuevo éxito que representará a España en los Premios Oscar de 2024, tiene los mismos problemas. La película adapta el libro homónimo de Pablo Vierci, que relata el accidente del Vuelo 571 en Los Andes en 1972, donde los supervivientes sobrevivieron a lo largo de 72 días. Bayona lleva este impactante acontecimiento a la gran pantalla, narrando no solo la historia de los supervivientes, sino también la de aquellos que murieron en la montaña contra la que se estrellaron.
El tratamiento de Bayona es, pretendidamente, uno «documental» para transmitir la crudeza de la peripecia, pero el resultado es realmente tibio. El director planifica la mayoría de sus escenas con una coreografía de primeros planos milimétricos. El hecho de haber planificado así, evidenciando un dispositivo de ficción, ya elimina todo rastro de documental. Bayona filma estos hechos con una elegancia desconcertante. Embellece la imagen con composiciones vistosas, luces filtrándose a través del humo y colores vivos, en busca del constante impacto emocional (su único sello de autoría).
Sin embargo, Bayona abandona este lenguaje con una facilidad descarada. Salir del avión después de un alud es una experiencia física agobiante, pero subir una montaña no supone seguir a los personajes a nivel de suelo, sino hacer un plano aéreo con un dron. El preciosismo vacío con el que rueda muchos de estos momentos releva su academicismo y su falta de un dispositivo claro para narrar esta historia. Y no es el peor uso del dron de la película. Ese mérito se lo dejo a las esquelas que muestran el número de muertos.
El montaje es otro factor que juega en contra de la película. Los personajes pasan un total de 72 días atrapados, pero Bayona está muy preocupado por que el espectador no sienta el paso del tiempo. Este es el nivel de implicación cinematográfica del director. Solo sentimos el paso de los días gracias a la demacración física de los personajes. El factor tiempo está corrompido por el ritmo, tan acelerado que rara vez vemos un plano que dure más de 7 segundos. Así, comerse un cigarrillo por pura desesperación es algo fugaz. Colocar la rodilla de tu compañero en su sitio es fugaz. Llorar la muerte de tu amigo es fugaz.
Este último punto es una pena. El libro relata que en la montaña no se permitían detenerse a llorar a los muertos para no debilitarse. La película busca ser fiel a las experiencias reales, pero la realidad es que esto no está en la película. No se muestra el proceso mental que justifique este acto ni tampoco el acto en sí. Queda simplificado a la mínima expresión, perdiendo todo rastro de otro significado. No pongo en duda que respete la veracidad de los hechos, por algo los supervivientes estarán satisfechos con el resultado.
El último punto tiene que ver con el punto de vista coral y la voz en off. No funciona ninguno de los dos. Se escuda en la cantidad de personajes a los que retratar para no profundizar en ninguno, resultando en un acercamiento a las víctimas muy distante. Pero el mayor fallo está en la inclusión de una voz en off, que nos describe incluso cómo son algunos de los personajes sin que podamos descubrirlo por nosotros mismos.
En definitiva: Bayona desconfía de su dispositivo y de la propia historia, o así lo demuestra su dirección academicista y mil veces vista con más habilidad.
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