Crítica de «Cuando acecha la Maldad» de Demián Rugna
La ganadora del Festival de Sitges de 2023 llegará a los cines españoles el 19 de enero de 2024. A continuación os dejo mi crítica de Cuando acecha la Maldad, segundo largometraje del director argentino Demián Rugna.
La primera película de Rugna fue Aterrados (2017), otra producción argentina de género con muy buena recepción por parte del público y de la crítica. En ella encontramos gente que desaparece sin dejar rastro, muertos que vuelven de sus tumbas, voces que se escuchan en los sumideros y entes invisibles que asesinan personas. Una sucesión de hechos paranormales narrados con personalidad, aunque no escapen de lo convencional.
Cuando acecha la Maldad narra una historia mucho más personal y original que su predecesora. En un pueblo remoto, dos hermanos (Ezequiel Rodríguez y Demian Salomón) descubren a un hombre infectado por fuerzas malignas que está a punto de dar a luz a un demonio. Este es el punto de partida para una historia acerca de la propagación del mal tomado como una enfermedad incurable e imparable.
Durante el primer acto, el director genera un ambiente grotesco y sórdido en un entorno campestre y pacífico. La cámara en mano sigue con nervio a los personajes, quienes habitan en un permanente estado de histeria y no paran de cometer errores. Muy buen trabajo en ese sentido desde la dirección. Los actores transmiten muy bien su nerviosismo y la sensación de urgencia. Esta es una de las principales herramientas del guion para trazar su discurso. La humanidad está condenada. Los seres humanos tratarán de hacer lo correcto y tropezarán todas las veces. Y ese pesimismo, ese aire a tragedia clásica está siempre presente en la narración.
Esta decisión lastra en ocasiones el tono de la película. Los errores y malas decisiones de los personajes están tan forzados que a veces se sienten ridículos. Hay pequeños toques de comedia negra, pero ninguno acompaña estos momentos. Pretende tomarse muy en serio que esta gente sea tan inútil. Se vuelve cómico por puro contraste y frustración, y no siento que sea a propósito.
Una vez llega el segundo acto, la acción se traslada a los barrios residenciales, donde el horror se manifiesta con mucha más dureza si cabe. El drama se dispara cuando la familia de uno de los hermanos se ve involucrada en las barbaridades que suceden. Solo hay que ver la icónica secuencia de la hija pequeña con el perro. Uno de los mejores momentos de terror del año.
Mientras que el guion está bien conducido para llegar a un final tan dramático como bárbaro, la dirección se encuentra con varios baches. El montaje lastra varias decisiones de puesta en escena y, aun más importante, el ritmo. Éste se vuelve irregular, con continuas subidas y bajadas, en vez de seguir el «in crecendo» que propone el guion. Solo salen ilesas las escenas de mayor terror, donde está puesto el mayor esfuerzo por parte del director.
Al final, la película destaca precisamente por esos momentos. Efectos especiales y de maquillaje impresionantes. Un imaginario terrorífico, gore y perverso. Un tercer acto en el que el papel de los niños es fundamental. Podría llegar a relacionarse con ¿Quién puede matar a un niño? de Chicho Ibáñez Serrador, aunque su tratamiento sea muy diferente. Son un instrumento del mal, un vehículo de propagación, un enemigo intocable.
Recomendada para amantes del género y la casquería.
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