Crítica de «Bottoms» de Emma Seligman
Después de su debut en el largometraje con Shiva Baby (2020), que a su vez partía de un cortometraje (2018) del mismo nombre, Emma Seligman regresa a la dirección con su segunda y exitosa comedia satírica Bottoms (2023). Aquí os dejo mi crítica
Los años 2000 fueron la época dorada de la comedia de instituto. Hay ejemplos en el siglo pasado que mostraban las dinámicas de poder y de amistad en los institutos estadounidenses, pero fueron títulos como Clueless (1995) los que sentaron cátedra sobre cómo serían las High School Comedies desde una perspectiva femenina.
Así, a lo largo de los 2000, nos llegaron Mean Girls (2004), Legally Blonde (2001), 10 razones para odiarte (1999) y la saga de High School Musical (2006 – 2008), en las que se mostraban las mismas historias desvergonzadas y llevadas al absurdo.
Se trata de un género que se actualiza constantemente. En 2010, Easy A ya se cuestionó qué es la popularidad. En 2016, The Edge of Seventeen habló seriamente acerca del ego y la soledad (como unos años después hiciera Lady Bird, de Greta Gerwig). Y el ejemplo más importante, Booksmart (2019), que redirigía el argumento de Supersalidos (2007) con plena autoconsciencia y honestidad.
Es así como llegamos a Bottoms (2023), que está destinada a ser el nuevo hit del género en cuestión.
Igual que Booksmart lo hizo con Supersalidos, Bottoms se fija en otro éxito popular, aunque lo aborda desde un prisma radicalmente distinto: El Club de la Lucha, de David Fincher. Uno de los iconos de la masculinidad tóxica más relevantes del siglo XXI. En la película de Fincher, un oficinista consumido por el insomnio y el capitalismo inicia un club de lucha clandestina a modo de terapia. Esta fantasía, millones de veces malinterpretada y adueñada por «incels», es lo que más atrae a Emma Seligman.
Bottoms plantea una sátira completamente al margen de la realidad en la que dos adolescentes queers impopulares crean un club de la lucha para impresionar a las animadoras y acostarse con ellas. Esta premisa da la vuelta por completo, no solo a la película de Fincher, sino también a los roles de género habituales de estas comedias. En otras palabras, es una comedia de instituto sobre las comedias de instituto, así que estamos en territorio meta, completamente paródico y autoconsciente.
Seligman dirige esta sátira con una puesta en escena tan sencilla como eficaz. Le basta un plano/contraplano para la mayoría de escenas en una película basada principalmente en el diálogo. Nada que ver con el trabajo de cámara en Shiva Baby, aunque los momentos de mayor acción no tienen nada que envidiarle. Aquí todo se siente depurado y simplificado para dar pie al lucimiento del resto de departamentos. Principalmente, a los intérpretes.
El guion, escrito por Emma Seligman y Rachel Sennott (coprotagonista), muestra una finura para los diálogos que ya estaba presente en su primera colaboración. Aquí quieren subir la apuesta y alejarse del naturalismo, y ahí es donde entran las actrices. Ninguna línea de diálogo funcionaría tan bien si no fuera por ellas. No es solo el icónico dúo protagonista (Sennott y Edebiri), sino todos los secundarios que las acompañan. Destaco a Ruby Cruz y su personaje, que acaba imponiéndose sobre el resto por su carisma y presencia en pantalla.
Seligman no se interesa tanto por los arcos dramáticos de sus personajes como por su atmósfera y ambiente, los roles de géneros y sus inquietudes femeninas y feministas. Puede parecer descuidado, pero la realidad es que no pretende profundizar en ello.
Al mismo tiempo, la película se construye en un tono extraño. En este ambiente tan familiar (lo es aunque evite la representación realista) acontecen sucesos de lo más rocambolescos, incluso violentos. La película nunca abraza por completo su faceta más mamarracha y políticamente incorrecta, sino que deja pequeños espacios para que esta se manifieste. De haber encauzado la película por un tono más uniforme, todo hubiese funcionado mejor.
La película se estrena el 21 de noviembre en Prime Video.
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