Crítica de La Cocina de Alonso Ruizpalacios
Tras su estreno en el Festival de Berlín de 2024, llega a salas españolas La Cocina, la nueva película de Alonso Ruizpalacios, que se ha convertido en uno de mis títulos favoritos del año. Os dejo con mi Crítica de La Cocina de Alonso Ruizpalacios.
El cineasta mexicano siempre ha enfocado su cine a la identidad latina y la política. Desde su primer largometraje, Güeros (2014), una «road movie» sobre dos hermanos que recorren Ciudad de México en busca del ídolo musical de su padre, hasta el último, Una película de policías (2018), en la que mezcla ficción y documental acerca de policías y actores. Pero quizá su película más importante y representativa sea Museo (2018), acerca de dos estudiantes que planean un golpe al Museo Nacional de Antropología. Este último filme se convierte en un ataque al país y a la identidad mexicana.
La Cocina continúa la línea estilística y discursiva de sus anteriores películas, a la que se une el elemento del riesgo ya que es «Una película muy difícil de financiar«, en palabras de su director.
El filme está basado en la obra de teatro de 1957 La Cocina de Arnold Wesker que ya fue adaptada en 1961 por James Hill. Pero mientras que en la obra original el personal de cocina estaba compuesto por inmigrantes de Europa continental, en la película de Ruizpalacios son en su mayoría latinoamericanos.
La Cocina se ambienta en la actual Nueva York, en un restaurante cercano a Times Square que actúa como una gran trampa turística en la ciudad. El local da a la calle y está atendido por camareras estadounidenses. La cocina, en cambio, se encuentra en el subsuelo y está atendida por inmigrantes ilegales forzados a trabajar a gran velocidad. El jefe promete a los cocineros un estatus legal en los EEUU, pero no es más que una mentira para incentivarles a trabajar más horas.
La película se presenta como un retrato coral de este amplio equipo hostelero. Primero seguimos a Estela, una joven mexicana recién llegada a la ciudad en busca de trabajo en el restaurante. Ruizpalacios utiliza a su personaje para sumergirnos, literalmente, en el establecimiento y su funcionamiento. Estela es conducida por pasillos eternos, casi expresionistas, encuadrando a su personaje de tal forma que la aísla de todos los demás, dejándola indefensa. Una vez consigue el trabajo, es bienvenida en el vestuario femenino y cambia el tipo de encuadre a planos de conjunto, incluyéndola inmediatamente.
Estela es el enlace con quien podríamos considerar protagonista, Pedro, que está interpretado por Raúl Briones (personaje principal de Una película de policías). Pedro es un cocinero mexicano que mantiene relaciones conflictivas con varios trabajadores. Primero, con un cocinero de Europa del Este con quien tuvo una pelea el día anterior y a quien no para de provocar a lo largo de la película. Segundo, con una camarera a la que ignora deliberadamente cuando le exige sus pedidos. Y tercero, con su jefe, quien no deja de advertirle que está a punto de ser despedido por su comportamiento. Una escena crucial con respecto a este último es cuando Pedro da langostas (un producto caro) a un vagabundo en vez de un simple bocadillo.
Pero la relación más importante es la que mantiene con Julia, una camarera estadounidense interpretada por Rooney Mara. Ambos tienen una relación sentimental desde hace ya un tiempo y el guion trabaja con ello en su presentación. Los personajes juegan a no conocerse, ocultando su relación al personal (aunque todos sean conocedores de ella). Los momentos de mayor intensidad e intimidad se desarrollan en espacios pequeños y apartados, como la cámara de carnes (donde una luz azul oscuro elimina el blanco y negro). Pero fuera de allí, todo es conflicto. Julia está embarazada y está decidida a abortar, pero Pedro intenta convencerla de lo contrario. Un hijo, más allá del amor que profesa a Julia, lo concibe como una certeza de quedarse en el país.
Todos los conflictos giran en torno a los temas principales de la película. Cuando desaparece una pequeña cantidad de dinero, los jefes dan por hecho que Pedro es el culpable. Las interacciones en la cocina son agresivas, traspasando la barrera del idioma. Cuando tienen un momento para relajarse en un callejón sucio, cada uno habla de sus sueños en unos muy inspirados monólogos. Especialmente aquel que habla de abducciones. Pero lo que termina de redondear el discurso de la película es el dueño del restaurante, quien no cesa de repetir una pregunta en la última secuencia.
Con La Cocina tenemos un retrato vertiginoso, muy estilizado y honesto en su discurso (quizá no tanto en las formas) sobre la identidad del inmigrante en el entorno laboral. Porque esta historia se desarrolla en una cocina, como podría ser cualquier otro lugar de trabajo. Sí presenta algunos excesos (todo el clímax) y algunos personajes abandonados (Estela, sin ir más lejos), pero es una película que arriesga. Arriesga en el uso de colores vivos en una película en blanco y negro. En su longitud (dos horas y media, con ritmos de todo tipo). En sus divagaciones, permitiéndose abstraerse de su historia principal.
Una historia importante sobre seres humanos, y por tanto, gente imperfecta.
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