Crítica de Longlegs de Oz Perkins
Uno de los títulos de terror que más tiempo lleva resonando en nuestras cabezas es Longlegs, de Oz Perkins. Su publicidad la ha engrandecido tanto que muchos medios se ven obligados a catalogarla como «la película más aterradora del año«. Aquí mi crítica.
Oz Perkins, nacido en 1974, es un actor, escritor y director estadounidense, hijo del célebre actor Anthony Perkins. Debutó en el largometraje con La enviada del Mal (2015), una pequeña película de terror que dejaban ver algunas de sus señas de identidad. Perkins prioriza la atmósfera a todo lo demás. Para él, es el pilar sobre el que se asentará la historia y todos los recursos cinematográficos que emplee. El guion parece una simple excusa para desarrollar este universo visual y sonoro. Entonces, aunque este luzca descuidado, luce lo suficientemente original como para que se pase por alto.
Lo mismo sucede con uno de sus más recientes largometrajes. Gretel y Hansel (2020), adaptación del cuento clásico con varios giros tonales, estilísticos e incluso argumentales. Transformó el cuento en un folk horror gótico hiper estilizado, donde de nuevo se priorizaba su atmósfera sobre todo lo demás. A mí me funcionó por su naturaleza de cuento, como un giro perverso a una historia infantil. Otros, mientras tanto, la denostaron con argumentos igual de válidos.
Con Longlegs ha sucedido algo inaudito en la filmografía de Oz Perkins, y es la campaña de marketing con la que se ha promocionado estos últimos meses. El cripticismo y el misterio que rodeaba al proyecto a través de los primeros teasers crearon unas expectativas muy altas. Un thriller de investigación sobre una serie de asesinatos brutales sin explicación racional. Los trailers oficiales ocultaban deliberadamente el rostro de su antagonista, interpretado por Nicolas Cage. Mostraba una estética impoluta, tenebrosa, sugerente. Antes incluso de su estreno, ya empezaba a cautivar a mucha gente, entre la que me incluyo.
Pero, lamentablemente, la película ni siquiera se asoma a estas expectativas. Se trata de una de las mayores decepciones del año.
Longlegs no es aquello que sugieren sus promos. Las comparaciones con Se7en (1995), Zodiac (2007) o El Silencio de los Corderos (1991) carecen completamente de sentido porque no hay ni rastro del carácter procedural de las mismas. La investigación que narra Longlegs es tan superficial, simple y previsible que resulta insolente compararla con las ya mencionadas películas. La protagonista (Maika Monroe), una joven agente del FBI con habilidades de videncia, es la encargada de descifrar los datos de un caso que lleva años atormentando a la comunidad. No hay ningún problema en rechazar un tratamiento procedural y pasar por encima de la investigación con un rápido montaje. Si esa no es la intención, no hay por qué hacerlo. El problema es de la campaña de marketing, que comunica todo lo contrario.
El interés de Longlegs como thriller es escaso, ya que no hace al espectador partícipe (activamente) de la investigación. Los personajes averiguan cosas en off, así que necesitan largo rato de exposición para ponernos al día de sus avances. Cojamos una escena como ejemplo. Se ha producido una nueva masacre familiar y la protagonista, acompañada de su jefe, visita la escena del crimen. Los cuerpos están dispuestos encima de la cama, tapados con una sábana. Es un momento que me recordó a El Silencio de los Corderos, cuando Clarice examina uno de los cadáveres de Búfalo Bill. Aquí, Perkins genera un interés morboso sobre el aspecto de los cuerpos, que llevan más de un mes en descomposición. Dedica un primer plano a uno de los cadáveres, lleno de gusanos, y la escena se termina. No hemos aprendido nada, y si los personajes lo han hecho, no nos lo dicen.
Uno se pregunta a qué vienen momentos como este. Generan un interés inicial y unas expectativas que luego no son capaces de satisfacer, ni matizar, ni trastocar. No hay intención más allá de mostrar una imagen chocante. Pues lo mismo sucede con toda la investigación, conducida por pistas rematadamente obvias, clichés del género y un sin fin de momentos desaprovechados. Por no decir que es muy previsible. No hace falta ver muchos títulos del género, como los ya mencionados, para adivinar por dónde va a tirar la historia.
Historia que, de por sí, no me disgusta en absoluto. Considero que tiene un gran potencial en su discurso sobre los monstruos que viven entre nosotros, en sociedad. En ese sentido, estos temas emanan orgánicamente del guion, así que eso es un punto a favor. Pero es el tratamiento de esta historia sobre satanismo (y algo más) lo que no me convence. Y aquí es donde entra en juego el terror. Porque hay terror… y tampoco funciona.
Sobre el papel, Longlegs tiene momentos absolutamente brutales. Escenas que, si las lees, seguramente te hielen la sangre de lo aterradoras que resultan. Pero es la dirección y el montaje lo que no las hace funcionar. Veamos, de nuevo, un ejemplo. La primera escena de la película consiste en el encuentro de una niña (la protagonista) y el antagonista. Ella ve llegar un coche a su casa y sale a investigar. Se topa con el conductor, un hombre pálido y y extraño que la habla con una mezcla de dulzura y agitación. ¿Cómo narra esto Oz Perkins? Con recursos de lo más eficaces pero mal puestos.
Inicia con un plano subjetivo desde el asiento copiloto del coche, que termina con un zoom in hacia la casa. Desde aquí, todo se narra desde el punto de vista de la niña. Cuando observa desde su ventana, Perkins usa otro zoom in en dirección al coche. Un recurso muy inteligente que, sin embargo, dura demasiado poco y pierde impacto. Cuando la niña se dirige hacia el coche, vuelve a usar el mismo recurso, agotándolo. Se dedica a jugar con la proximidad a cámara, haciendo que la niña se coloque en el plano (haciendo blocking). Una mezcla de planos generales y primeros planos. La niña se topa con el conductor en un montaje efectista, acompañado de perturbadoras notas musicales. Longlegs es encuadrado de tal manera que no vemos su cara, solo un torso. Justo cuando vamos a verle la cara, la música se crece y la secuencia termina.
El montaje se carga muchos de estos recursos. Otro especialmente grave, y que es una constante en la película, es el fuera de campo. Presenciamos un flashback en el que un padre de familia asesina a toda su familia, y sucede en fuera de campo. Es un plano fijo a través del marco de una puerta, pero Perkins lo fragmenta tanto que pierde su posible impacto e interés. Vuelve tantas veces a las mismas escenas que las convierte en algo redundante. Y para colmo, necesita un montaje final para explicarte toda la película.
Perkins dirige con total seriedad un guion con serios problemas tonales. Hay momentos que funcionarían mucho mejor si su atmósfera opresiva y terrorífica desapareciera, volviéndola más ligera. Incluso hay situaciones potencialmente cómicas, como la conversación entre la protagonista y la hija de su jefe. Longlegs es un antagonista ridículo, y la película no juega esto a su favor. El terror no nace solo de su aspecto, también de que es impredecible. Puede pasar de estar quieto y en silencio a cantar, luego a gritar, luego a volver a estar en silencio y más tarde a bailar. Y Perkins le rueda siempre igual. Nada cambia, nada aporta a su presencia. Solo tenemos el talento de su actor, quien hace un espléndido trabajo con su voz.
Existen muchas maneras de contar esta historia. Una por cada director en el mundo. Y Oz Perkins, con todas estas decisiones, la ha dejado en tierra de nadie. Su atmósfera no es capaz de sostener una historia tan simple y con unos personajes tan aburridos. La protagonista no tiene ningún arco, ni hay motivos por los que empatizar con ella, ni la interpretación de Maika Monroe es especialmente destacable. Todo interés que encuentro en Longlegs es en detalles referidos a la iluminación, a la dirección de arte, al blocking, pero narrativamente no tiene nada que ofrecer.
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