Crítica de «Maestro» de Bradley Cooper
El Festival de Venecia de 2023 estrenó en primicia Maestro, segundo largometraje de Bradley Cooper como director. La nueva producción de Netflix que seguramente ponga a Cooper en el punto de mira de la temporada de premios de 2024. Aquí os dejo mi crítica.
2018 fue un año extraño en el cine estadounidense y una de las películas más comentadas fue el debut en la dirección de Bradley Cooper. El actor ha trabajado con directores de gran trayectoria como Clint Eastwood, Paul Thomas Anderson o David O. Russell. Él mismo reconoció que su aprendizaje surgió a raíz de estas colaboraciones. De hecho, su opera prima, A Star Is Born, iba a ser dirigida por Eastwood, pero terminó haciéndola el propio Cooper, quien además la protagonizó. La película descubrió a un cineasta emergente, una especie de Eastwood que no se acababa de decidir si ser clásico o moderno. Su lenguaje era verde y la película muy irregular, pero que albergaba momentos hermosos (todo su primer acto). También sirvió de lanzamiento a Lady Gaga, su co-protagonista, al mundo del cine después de su trayectoria televisiva. Todo un acierto de casting.
Han pasado cinco años desde entonces y Cooper ha vuelto a situarse detrás de las cámaras. El proyecto en sí ya revela algo interesante acerca de Bradley Cooper como autor: su pasión por la música. Maestro narra la vida de Leonard Bernstein y su mujer, Felicia Montealegre (Carey Mulligan). Bernstein fue el primer director de orquesta nacido en los Estados Unidos que obtuvo fama mundial. La película recorre su vida desde sus humildes comienzos hasta la vejez, atravesando todo el matrimonio.
A la hora de calificar Maestro solo doy con el adjetivo «superficial«. El guion transita por varios conceptos y situaciones interesantes que se quedan en eso: conceptos. La sexualidad de Bernstein se muestra de manera natural y desprejuiciada, pero nunca sabemos hasta qué punto supone un conflicto con su esposa y su familia. Podemos deducir de algunas escenas que Felicia prefiere no preguntar y mirar a otro lado, mientras que su hija mayor se siente incómoda con la información que le llega de terceros. No sabemos más acerca del tema.
Su relación con Felicia también me parece insuficiente. Durante la primera mitad de Maestro, no hay el menor resquicio de conflicto entre ellos. A las pocas escenas de conocerse, ya están perdidamente enamorados el uno del otro. Cada nueva secuencia con ellos dos en pantalla se siente redundante, ya que no transmite nada nuevo. Si se tratase de una película que escapa del naturalismo no habría queja alguna, pero no es así. Hay momentos en los que sí hay un tono onírico y cierta abstracción, como la representación de Un día en Nueva York, pero el resto del tiempo es naturalista.
En la segunda mitad de Maestro, esta ocasional abstracción desaparece por completo para dejar paso al drama. Su estética en blanco y negro hipertrofiada y pasada de vueltas se vuelve estática, colorida y silenciosa. Igual que en A Star Is Born, todo avanza con continuos baches hasta una resolución inevitable. No me parece que esté bien escrito el proceso por el cual la relación se tambalea. Pero me gusta todavía menos el tratamiento de la enfermedad de Felicia. Roza la pornografía emocional, sin ningún tipo de sutileza o delicadeza, y sin abandonar su estética preciosista.
La música es un tema crucial, ya que toda la vida de Leonard gira en torno a ella, pero no alcanzamos a ver demasiado. La secuencia en la que dirige a una orquesta por primera vez transmite la euforia de Bernstein por colocarse delante de los músicos, pero una vez empiezan a tocar, pasamos a otra cosa. Lo mismo sucede con otras secuencias donde Leonard interpreta o dirige. Están tan aisladas del resto, tan desprovistas de intención, que no tienen el impacto suficiente como para destacar.
Sin embargo, algunas secuencias sí logran traspasar esta barrera. Pienso en ese seguimiento de la mano de Leonard por la partitura que muestra la melodía que escuchamos en el momento. Pienso en ese ensayo con alumnos, donde Bernstein toma la batuta y demuestra cómo haría él un ejercicio. Pero sobre todo pienso en ese colosal concierto en la iglesia de 6 minutos de duración. La cámara rodea a Bernstein sin cortes, mostrándole engrandecido frente a toda la orquesta y público. Sus movimientos son hipnotizantes. La música casa a la perfección. Y al acabar, descubrimos la presencia de Felicia, reconciliándose con Leonard. Fantaseo con cómo hubiese sido Maestro de haber apostado por un lenguaje como el de esa secuencia. Estaríamos ante una de las películas del año, sin duda.
Maestro resulta decepcionante por la cantidad de ideas sin explotar o desarrollar. Por tener un tratamiento visual descontrolado, que más que sumar, resta al conjunto. Pero no sería justo desmerecer el trabajo técnico y artístico. Su ambientación y algunos de sus set-pieces son irreprochables, así como la mezcla y edición de sonido. Qué menos tratándose de una película acerca de Leonard Bernstein. Lo mismo sucede con las interpretaciones. Cooper y Mulligan están realmente bien en sus papeles y seguramente sean reconocidos por ello. En especial Bradley Cooper, quien ha dado dos de sus mejores interpretaciones bajo su propia dirección.
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