Crítica de «Un Amor» de Isabel Coixet
En 2020, Sara Mesa publicó una de sus novelas más aclamadas y controvertidas: Un Amor. Y fue durante la pandemia que la directora Isabel Coixet se enamoró de su historia. Así, este 10 de noviembre, se ha estrenado su película del mismo título Un Amor, cuya crítica abordo a continuación.
La filmografía de Isabel Coixet alberga varias adaptaciones literarias, como sus éxitos internacionales Mi vida sin mí (2003), Elegy (2008) o la ganadora del Goya a Mejor Película La Librería (2017). Ninguna de estas películas, y otras que no he mencionado, tienen un lugar en mi corazón. Reconozco no ser público del cine de Coixet. Me cuesta empatizar con su estilo narrativo (muy notorio en la mayoría de sus películas). Y a pesar de ir a ver Un Amor con cierto reparo, mi sorpresa ha sido grata.
El recientemente denominado neorrural español es una corriente cultural que nace de las inquietudes de la sociedad española por las zonas agrestes y olvidadas del país. Al no guardar similitudes formales, no forman parte de ningún dogma, permitiendo aproximaciones muy diferentes que enriquecen y diversifican el movimiento.
Sin embargo, sí encuentro algunos puntos comunes. Desde la importancia de la figura femenina (tanto delante como detrás de las cámaras), a la representación de conflictos propios y concretos. Con su última película, Coixet se ha subido al carro.
En Un Amor, Nat (Laia Costa) se refugia en un pequeño pueblo del norte de España con el objetivo de reconducir su vida. Tras lidiar con la hostilidad de su casero y la desconfianza de los habitantes de la localidad, Nat se ve obligada a aceptar una inquietante proposición sexual que le hace Andreas (Hovik Keuchkerian), un hombre corpulento y marginado por la comunidad. Este extraño y confuso encuentro dará lugar a una pasión obsesiva.
Mientras que en la novela Nat narra toda la historia en primera persona, Coixet renuncia a una posible voz en off y delega la introspección al entorno y a la atmósfera.
El pueblo y el paisaje son fríos y secos. Sus vecinos tratan a la protagonista con condescendencia o con segundas intenciones. Su nueva casa se cae a trozos, llena de humedades y goteras. Su mascota, un animal con claros signos de maltrato, rechaza toda muestra de cariño. El entorno se convierte en el reflejo del estado anímico de la protagonista.
Coixet genera una atmósfera amarga mediante espacios vacíos, composiciones descompensadas y un ambiente sonoro turbio y desasosegante. En este juego, es imposible no empatizar con su protagonista, a pesar de haber sido apodada por Sara Mesa como «el personaje más odiado de la literatura reciente». En el trato con los demás, puede ser esquiva o impertinente. Pero en esa intimidad tan buscada y tan lograda, directora y actriz dan con la verdad del personaje y conducen al espectador hacia ella.
La cámara de Coixet no juzga, solo contempla. Son varios sus recursos para trabajar este personaje mediante la forma, pero hay dos que me han llamado especialmente la atención. La primera vez que se acuesta con Andreas, Nat se observa a sí misma desde una esquina de la habitación, como una espectadora de su propia vida.
Esto vuelve a suceder mucho más adelante, en uno de los momentos más «tiernos» de la película. En una escapada a la montaña, Andreas le hace un tímido cumplido («Estás muy guapa hoy«) y Nat observa la escena desde la distancia, conmovida. Se trata de la única muestra de cariño que recibe a lo largo de la historia. Mientras que todos los secundarios quieren entrar en Nat (en su vida, en su casa, en su bienestar), Andreas es el único que pide permiso.
Otro interesante recurso es el uso que le da al plano general. Un PG registra la mayor cantidad de información posible debido a la distancia que toma respecto a los personajes. La distancia es una herramienta fundamental para Coixet y su montador, Jordi Azategui, para mostrar cómo Nat se relaciona con el espacio. Muchas secuencias de Un Amor inician o terminan con un plano general, que a su vez es seguido de otro plano todavía más general. Aunque la diferencia entre ellos sea mínima, revela que siempre hay algo más. Siempre se puede mirar desde más lejos.
Se puede pensar en Un Amor desde el título. ¿Hacia quien es ese amor? Desde luego, ninguno de los hombres de la película se lo merece. Nat anda en busca de ese supuesto amor en su perro, en su casa y en Andreas pero la realidad es otra.
Ansía el amor hacia sí misma. La última escena así lo refleja. Una catarsis liberadora, positiva e incluso fantasiosa.
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