Crítica de «Los Asesinos de la Luna» de Martin Scorsese
Martin Scorsese es un regalo para el cine. En la última década ha estrenado cuatro obras maestras, muy diferentes entre sí, que demuestran que a sus 80 años, el director italoamericano sigue tan en forma como en los 70. Los Asesinos de la Luna (2023), o Killers of the Flower Moon, es su última película. A continuación os dejo con mi crítica de Los Asesinos de la Luna, de Martin Scorsese.
No hay que olvidar esto. Scorsese sigue siendo el mismo director que hizo introspectivos y complejos estudios de personaje en Taxi Driver (1976) y Toro Salvaje (1980). Es el mismo que cuestionó la fe y protestó en contra de la religión en La última tentación de Cristo (1988) y Silencio (2016). Es el mismo que redefinió el cine de gánsteres con Uno de los nuestros (1990) y Casino (1995), para dos décadas más tarde examinarlo de nuevo en El Irlandés (2019).
Sus formas se han contemporizado y sofisticado, pero su estilo ha perdurado.
La filmografía de Scorsese protesta abiertamente en contra de los sistemas, las políticas y la propia historia de su país: Estados Unidos. Casi siempre recurre a infinitas manifestaciones de la violencia (doméstica, mafiosa, racista…). Ambienta sus historias en diferentes periodos históricos, desde las guerras territoriales en Nueva York hasta la crisis financiera del denominado «Lunes Negro». Conduce el relato a través de personajes infames; desquiciados, delincuentes y malas personas que, solo al final, son capaces de alcanzar la redención.
Todo esto y más se puede encontrar en Killers of the Flower Moon. Ambientada en la década de 1920, cuando la nación indígena Osage era una de las comunidades más adineradas de todo el país por la abundancia de petróleo en sus tierras. A raíz de la presencia del hombre blanco, se sucedieron una serie de crímenes brutales con el objetivo de expropiarles de su riqueza.
La historia está contada desde el punto de vista de Ernest Burkhart (Leonardo Dicaprio), un joven sin muchas luces. Ernest es introducido en esta comunidad por su tío (Robert De Niro), un prominente hombre de negocios. Gracias a esto conoce a Molly (Lily Gladstone), una mujer indígena que rápidamente se convierte en su esposa. Manipulado por su tío, Ernest se ve envuelto en los asesinatos que están destruyendo a su nueva familia.
A lo largo de sus prominentes 3 horas y 26 minutos de duración, Scorsese narra de manera minuciosa y detallada estos asesinatos mientras la relación entre Ernest y Molly se deteriora. Es un relato agónico y absolutamente devastador.
Surgen dudas acerca de la implicación de Scorsese en la representación del pueblo Osage por el tratamiento del punto de vista. La novela de David Grann parte de un punto de vista blanco, el de los detectives que son enviados a investigar los asesinatos. La película, en cambio, cree que el corazón de la historia está en la relación entre Ernest y Molly.
La presencia de los Osage va disminuyendo conforme avanza el relato, así como sus lugares comunes o sus colores característicos. Al final, aunque detengan a los responsables de estos crímenes, no queda nada de esta comunidad. Y esto es una decisión del director.
La intención de Scorsese no es la de contar la historia desde el punto de vista de los Osage. Para él es muy importante tratar esta historia desde su posición de hombre blanco y de cineasta privilegiado, que narra estos acontecimientos un siglo después. Es así como el director prepara su discurso por encima de la propia película.
La última escena de Killers of the Flower Moon es una de las declaraciones más reflexivas y maduras de Martin Scorsese. Muestra un programa de radio con público, en el que el FBI narra la resolución de su investigación. En ella, Scorsese evidencia el dispositivo cinematográfico, el de la representación de la realidad, para un público que aplaude con cada detalle.
De esta manera, el director medita acerca de la historia de los Estados Unidos (de cualquier hecho o periodo histórico semejante) y al mismo tiempo sobre su propia película.
Hemos presenciado una obra mayúscula acerca de unos actos atroces y nuestra primera reacción es aplaudir. Cinematográficamente es impecable pero ¿moralmente? Y esto es algo que se puede aplicar a toda la filmografía de Scorsese y, por qué no, a todo el cine en general.
El último plano de Killers of the Flower Moon es una danza tribal Osage en la actualidad. Un dron se eleva en el aire, desde el tambor que inicia la danza, hasta una estructura coreografiada que muestra a todo el pueblo, en la misma libertad que al inicio de la cinta.
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