Crítica de Avatar: Fuego y Ceniza de James Cameron
17 años después de la primera y tan solo 3 años después de la segunda, James Cameron estrena la tercera parte de su saga Avatar, bajo el título de Fuego y Ceniza. Aquí mi crítica.
Se dice pronto, pero realmente han pasado 17 años desde que la primera Avatar (2009) se estrenase en cines y provocase un impacto en taquilla que pocas películas han podido, ya no solo superar, sino igualar. No es de extrañar cuando James Cameron acumula muchos éxitos en su haber. Terminator 2 (1992) y Titanic (1997) ahí andan. Sin embargo, poco (o nada) tiene que ver el Cameron de los años 90 con el actual. El de antes era un artesano de la imagen blockbuster, con un sentido del espectáculo único y ambicioso, que además insuflaba carisma a todo lo que pudiera recibirlo: interpretaciones, luz, movimientos de cámara, efectos de sonido… El de ahora, está volcado en la tecnología digital y en sus comodidades.
No nos engañemos. Avatar tuvo impacto cultural en una audiencia principalmente joven y parcialmente adulta. Podemos discutir su calidad cinematográfica pero no que nadie se acuerda de un solo personaje. Su importancia en la industria del cine, eso sí, se limita a lo puramente técnico, suponiendo un importante paso en adelante para la captura en movimiento y el ya obsoleto 3D. Pero la película deja bastante que desear. Desde su refrito de historias clásicas anti-colonialistas (Pocahontas, Bailando con lobos) hasta otros del propio James Cameron (los trajes robóticos de Aliens y algunos conceptos de Abyss y Terminator). Por no hablar de que narrativa y estéticamente hablando, la película propone mucho pero no termina de desarrollar demasiado.
En 2022 llega su secuela, El sentido del agua. Y… de alguna manera, vuelve a ser un éxito de taquilla arrollador. Digo «de alguna manera» porque Cameron vuelve a hacer la misma película de forma descarada. Misma estructura narrativa, mismos personajes (y los que no son nuevos, son extensiones de los antiguos) y un estilo visual similar. Esto tampoco debería sorprendernos. Cameron hizo lo mismo en Terminator 2, pero en aquel magnífico filme del género de acción, supo darle una vuelta a todo lo viejo para transformarlo en nuevo, aun siendo muy similar. El sentido del agua revelaba a un director con muchas carencias, más enfocado en lo visual (o más bien, en lo tecnológico) que en lo narrativo.
Ahora llega Fuego y Ceniza… y todo apunta a que volverá a hacer muchos números en taquilla. Pero, de nuevo, y de forma desvergonzada, ha vuelto a hacer la misma película… otra vez.
Siguiendo los acontecimientos de El sentido del agua, apenas ha cambiado algo. Pandora es un planeta asediado por la humanidad y su ejército en busca de riqueza. Quaritch, clonado en un cuerpo na’vi, continúa su cruzada personal contra Jake Sully y su familia, quienes a su vez lloran la muerte de uno de sus hijos. Aquí cobra mayor protagonismo Spider, el hijo de Quaritch adoptado por los Sully, cuya condición humana no para de dar problemas. Problemas que Cameron resuelve desde el guion de la forma más cutre imaginable, reinventando las reglas de su propio universo. Todo esto es un preámbulo para desarrollar una propuesta sobre el racismo que no está desarrollada ni llega a decir nada de nada. Una pena.
Avatar: Fuego y Ceniza es una película algo diferente a la de 2022. Se plantea como una persecución, aunque no al estilo Mad Max. Todos los personajes persiguen o son perseguidos, estructurando la película en base a sus encuentros y huidas. Esto implica un mayor número de escenas de acción, lo que la hace algo más dinámica que la segunda parte. También se introduce a una nueva tribu na’vi, el Pueblo de las Cenizas, que tiene una visión más agresiva del mundo. Un clan que se enfrenta a todos los demás con violencia y que, en cierto punto, une fuerzas con los verdaderos villanos.
Cameron plantea nuevos desarrollos de personaje, sobre todo para Quaritch. Este personaje, profundamente racista y conservador, encuentra una oportunidad de acercarse a su objetivo aliándose con Varang, la líder del nuevo clan. Siendo un personaje que desprecia a esta especie, acaba abrazando sus costumbres en busca del beneficio propio, y puede que empezando a identificarse con ellos. Un personaje basado en una contradicción, pero escrito de forma muy esquemática y poco profunda. Es como coger al personaje de Sean Penn en Una batalla tras otra, pero tomándoselo completamente en serio y sin matices. También hay novedades en Jake Sully y Neytiri, cuya relación está deteriorada tras la muerte de uno de sus hijos. Jake, el protagonista de la saga vuelve aquí a ser un personaje con algo de identidad y conflicto interno… pero de nuevo es una idea que no encuentra un desarrollo satisfactorio en el guion.
Toda la historia se da por sentado porque Cameron termina reciclando conceptos, ya no solo de la primera película, sino también de la segunda. Esto se hace terriblemente evidente durante el clímax, que es la mezcla del de 2009 y el de 2022. ¿Un autohomenaje? Puede ser, pero sin decir nada realmente nuevo. Que traiga todo esto de vuelta no aporta otra cosa que un guiño a lo anterior (como si hubiera nostalgia por una película de hace 3 años) y evidencia la falta de inspiración y creatividad.
Peor que esto es que James Cameron apenas toma decisiones interesantes como narrador. Ni en el tratamiento del punto de vista, ni en cuestión de ritmo, tono o discurso. Esta saga acumula ya 9 horas de metraje y todavía no ha sabido (o podido) contar algo más allá de que el colonialismo es malo. Todo se cuenta con el piloto automático, con un estilo visual hipertrofiado por el CGI y metáforas obvias. Ese momento en el que Neytiri ve sus manos manchadas de rojo… ¡por Dios!. En esta tercera entrega, por lo menos, se integran más frecuentemente imágenes reales (humanas) con las animadas. El resultado es algo más agradable a la vista, pero esto no influye en nada relacionado con la narrativa. Que la mayor cualidad de Avatar: Fuego y Ceniza es que sea «más tragable» ya dice mucho de su calidad.
Da pena que el cine de James Camero se haya transformado en esto. Es difícil identificar señales autorales más allá de las autorreferencias. Es incómodo rebuscar detalles interesantes en una película de más de 3 horas. En un año como éste en el que ha habido blockbusters potentes y con identidad… Sinners, 28 años después , Misión imposible, Superman… incluso 4 Fantásticos, que esto sea lo más visto por gran público es desalentador.





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