Crítica de «Anora» de Sean Baker
Llega a salas españolas la cinta ganadora de la Palma de Oro del Festival de Cannes 2024. Buena parte de la crítica considera esta película como una de las mejores del año. Aquí tenéis mi crítica de Anora de Sean Baker con sus luces y sus sombras.
Sean Baker, cineasta norteamericano de 53 años, es ya uno de los retratistas de la sociedad marginal de su país más prolíficos de la historia. Él comienza su carrera en los 2000 con películas de muy bajo coste y de producción independiente. No es hasta Starlet (2012) y Tangerine (2015) que su nombre empieza a resonar por festivales más grandes. En especial Tangerine, que sigue a una trabajadora sexual transexual que descubre que su novio y proxeneta la ha estado engañando. La película fue rodada con tres iPhone 5s y recibió elogios por sus innovadoras técnicas en el Festival de Sundance.
Podríamos decir que Baker hace por las trabajadoras sexuales lo mismo que Scorsese hizo por los gangsters. Baker se posiciona ideológica y políticamente tanto en el texto como en la forma, mostrando un respeto absoluto por el individuo y exponiendo los problemas del mercado sexual, la dura vida que llevan estos personajes y las consecuencias sociales de ejercer esta profesión. Lo vemos en The Florida Project (2017) donde una madre se ve obligada a prostituirse para dar de comer a su hija. Lo volvemos a ver en Red Rocket (2021), donde un ex actor porno está dispuesto a cualquier cosa para salir del paso en una época de desempleo. Y lo volvemos a ver en Anora (2024).
Anora es la película más comercial y accesible de la carrera de Sean Baker. The Florida Project se ganó el corazón del espectador por la sensibilidad de su puesta en escena y por contener uno de los finales más hermosos y tristes de la última década. Pero la película no llegó al gran público. Tampoco Anora va a ser un éxito de taquilla, pero está ya entre las favoritas para los Premios Óscar y otros galardones.
El film está protagonizado por Ani (Mikey Madison), una chica de 23 años, con gran empatía y serenidad, que sale todas las noches a captar clientes para los bailes eróticos que se ofrecen en el local en el que trabaja. Uno de sus clientes es Vanya (Mark Eydelshteyn), un joven ruso inmaduro y rico que quiere pasar todo el tiempo posible con ella. Así, Anora se convierte en una revisión alocada del argumento de Pretty Woman (1990), eliminando el tono de comedia romántica y llevándolo al terreno de su director.
El primer acto de Anora hereda el estilo de Baker en Red Rocket. La película de 2021 seguía los patéticos pasos de su protagonista en una comedia ácida y deliberadamente incómoda. Las escenas de sexo eran inmediatas, a veces mostradas con un veloz zoom in, montadas en cuestión de segundos, eliminando toda su carga erótica. En Anora, esto está de vuelta, aunque sin la acidez de la anterior. El ritmo es dinámico, siguiendo a la pareja entre fiestas, viajes improvisados y música. El estilo visual es explosivo, colorido, en una suerte de romanticismo exacerbado. Pero por debajo de este festival, que culmina con la boda entre Ani y Vanya, está el desarrollo de la protagonista.
Baker no da demasiados datos sobre Ani. Vive en una casa compartida con su hermana y más personas. Es explotada por su jefe, a quien le recrimina que no la deje comer en su descanso o no tener un seguro laboral. Así como tiene amigas en el club, también tiene enemigas. Todo esto cambia cuando se adentra en el mundo de Vanya, rodeándose de lujo y libertad. Ani no se enamora de Vanya, a quien ve como lo que es; un niñato rico y despreocupado. Ani se enamora de la puerta que éste le abre; salir de su mundo para no volver jamás. Todos estos matices vienen de la mano de la extraordinaria interpretación que nos ofrece Mikey Madison, en manos de Sean Baker.
Cuando llegamos al segundo acto, muchas cosas cambian. Primero, el ritmo. El director sustituye el dinamismo y las constante elipsis por escenas más extendidas en el tiempo, sin apenas música y sin muchos de los recursos anteriores. La dirección se vuelve más estática, la imagen menos colorida, el tono más violento a la par que cómico. Concretamente, una secuencia en la casa de Vanya parte la película por la mitad cuando tres hombres irrumpen en su domicilio para obligar a la pareja a anular su matrimonio por orden de los padres de Vanya. Esta larguísima secuencia deja relucir la increíble dirección de actores y talento narrativo de su director. Deja mucho margen a la improvisación, al trabajo con los cuerpos y los espacios, en un estilo menos calculado y más intuitivo.
Esta parte se convierte en una lucha por la dignidad de Ani, quien es arrastrada por estos hombres a una búsqueda desesperada de su marido, que se ha dado a la fuga. La comedia surge de la acumulación de conflictos, a cada uno más hilarante que el anterior, en una suerte de After Hours donde todo sigue girando en torno a Ani. Su conflicto interno, aunque nunca sea verbalizado, es evidente. Está a punto de perder todo lo que ha conseguido en poco tiempo, incluyendo su posición social. En contraposición, todos la siguen viendo como una prostituta a la que Vanya ha contratado. Todos menos Igor, el silencioso y compasivo secuaz que la acompaña en todo momento.
Me fascina todo el segundo acto por su lucha por lo inevitable, por el desarrollo de su protagonista, que está dispuesta a encararse con cualquiera que la minusvalore o amenace. Y también por el arco de Igor, quien se convierte en una figura de gran importancia al defenderla, siendo él parte del grupo de «villanos». Y es por esto que no puedo evitar sentirme decepcionado con su final.
Sus diez minutos finales traicionan a estos dos personajes y ponen en peligro la integridad discursiva de Anora. Primero, porque el desarrollo de la película queda reducido a una anécdota dolorosa que termina reivindicando la posición social de una «trabajadora sexual» de manera ciertamente reaccionaria. Segundo, porque el papel de Igor queda reducido a una herramienta de guion algo forzada. Y tercero, porque desprende un carácter misógino por parte del director. Así que yo, como crítico y como espectador, me encuentro en la tesitura de juzgar la película en base a su desenlace o pasarlo por alto, como un bache justo al final.
Me inclino más por la segunda opción.
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