Crítica de «Los Destellos» de Pilar Palomero
Después de su paso por el Festival de San Sebastián, un nuevo estreno de cine llega a las salas españolas. Los Destellos es la nueva e hipnótica película de Pilar Palomero que la directora construye en torno al silencio. Aquí mi crítica.
Pilar Palomero, directora y guionista de 44 años, fue ganadora del Goya a Mejor Directora Novel y Mejor Guion original por su primer largometraje, Las Niñas (2020). En él, centraba el punto de vista en una niña de 11 años, estudiante de un colegio de monjas a principios de los 90. La mirada de la directora mostraba una sensibilidad muy especial tomando el testigo de directoras como Carla Simón, quien también puso el foco en la niñez en su debut en 2017. Un retrato de primeros planos, silencios, rebeldía, dudas y autodescubrimiento.
Le siguió La Maternal (2022), madurando su estilo como directora. De nuevo, volvía a centrar el punto de vista en una chica que ingresa en un centro de menores embarazadas. Siguiendo con la estética de su anterior película, narraba con cierto carácter documental, lo que le permitía liberarse de ciertas formas encorsetadas. Además, medía con muchísima precisión las elipsis.
Ahora, con Los Destellos, la directora da otro paso en su madurez como cineasta. Abandona el punto de vista infantil y adopta la mirada de Isabel (Patricia López Arnaiz), mujer adulta cuya vida da un giro inesperado cuando Madelen (Marina Guerola), su hija, le pide ayuda para cuidar a Ramón (Antonio de la Torre), su ex marido. Tras quince años alejada de él, un hombre al que ve como a un desconocido pese a que fueron familia durante años, en Isabel comienzan a reavivarse resentimientos que creía superados.
La arriesgada propuesta narrativa que lleva a cabo Palomero es mostrar el viaje introspectivo que realiza el personaje de Isabel a lo largo de la película, sin nunca explicitarlo por medio de diálogos o acciones obvias. Rechaza todo gesto que pudiera convertir a su película en algo parecido a la pornografía emocional. En cambio, realiza un ejercicio de sutileza absoluto, tan delicado y frágil en su narrativa que parece estar a punto de romperse. Ha regresado ese encorsetamiento original presente en Las Niñas, derivado del deseo de la directora por atar el relato en lo esencial. El mundo de los personajes respira con dificultad, únicamente a base de detalles mínimos.
Cada secuencia, por breve que sea, está llevada con la misma precisión, con una planificación novedosa en el cine de Palomero. Algunas están resueltas en un solo plano, tan sencillo como eficaz en el lenguaje cinematográfico. Otras son todavía más interesantes, ya que Palomero aguanta el plano de forma muy sabia. En ocasiones, la cámara enfoca a un punto en concreto y se queda ahí el tiempo que necesite, sin necesidad de enseñar otras cosas. En el mejor de los casos, se vuelve hipnótico.
También es una película mucho más atmosférica que sus predecesoras. La fotografía de Daniela Cajías es crucial aquí. Luces tenues, tonos apagados y muchas escenas en oscuridad. Genera un ambiente muy íntimo, reforzado por la tendencia de la directora por los primeros planos y la dirección de actores. El sonido también es crucial. Una película construida a base de silencios, porque los diálogos no hablan tanto como una mirada, un mínimo gesto o un objeto debidamente colocado. Sin música, solo una respiración mecánica en repetición o una brisa de viento, aunque tengamos una escena preciosa con una canción.
Llama mucho la atención el reparto. Patricia López Arnaiz, actriz principal de Nina, lidera la película con firmeza, sobre todo en los momentos desprovistos de diálogos. Una interpretación muy difícil, quizá una de las más desafiantes de su carrera. Antonio de la Torre está en un papel radicalmente diferente a la intensidad que le caracteriza. Aquí rebosa sensibilidad y fragilidad, tanto por su aspecto físico como por su trabajo con la voz. Marina Guerola, actriz revelación, y Julián López, a medio camino entre su deje cómico habitual y un dramatismo hasta ahora desconocido, también hacen un gran trabajo. Nadie podrá negar nunca el talento de Pilar Palomero con sus intérpretes y los lugares tan únicos a los que les traslada.
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