Crítica de La Trampa de M. Night Shyamalan
Por fin se ha estrenado La Trampa, la esperadísima nueva película de M. Night Shyamalan. Aquí mi crítica.
Resulta incomprensible que un director como M. Night Shyamalan sea tan denostado, cuando alberga varias obras maestras en su filmografía. El director fue constantemente atacado después del éxito de El Sexto Sentido (1999) porque sus películas no se adaptaban a las expectativas de una parte del público y de la crítica. Se preguntaron dónde estaba el terror en El Protegido (2000) cuando en ningún momento este iba a formar parte de la película. Le machacaron cuando El Bosque (2004) resultó ser un melodrama en vez de un folk horror. Se metieron con el extraño tono y sentido del humor de La Joven del Agua (2006) y El Incidente (2008). Y es que Shyamalan nunca ha hecho películas estrictamente de terror.
Su cine trata sobre relaciones deterioradas o directamente rotas. Sus películas contienen elementos de terror, o de thriller, pero no son los cimientos sobre los que se construyen sus relatos. Esto se ha vuelto especialmente notorio en esta nueva etapa que comenzó La Visita (2015). Shyamalan se ha vuelto más despreocupado a la hora de cumplir con lo que se espera de él. Por ejemplo, un giro de guion de cambie por completo la percepción de su obra. Desde luego, La Visita y Múltiple (2016) los tiene (el segundo es un caso especial), pero Tiempo (2021) y Llaman a la Puerta (2023) no los necesita. Su estilo de dialogar se ha radicalizado, siendo una seña de identidad como también lo pueden ser los diálogos de Wes Anderson. Su puesta en escena es milimétrica, estilizada, y a su vez luce libre, intuitiva, sin ataduras.
La Trampa (2024) se siente como la evolución natural del cine de Shyamalan post La Visita. Un thriller que, a su vez, contiene muchos elementos comunes en su filmografía.
Cooper (Josh Hartnett) es una persona desdoblada. Por un lado, es un padre de familia que acompaña a su joven hija al concierto de su cantante favorita. Por otro, es un meticuloso asesino en serie. Cooper se revela a lo largo de la cinta como un psicópata. Una persona sin empatía, calculadora y manipuladora que, sin embargo, hace muy bien su papel de padre. El perfil psicológico que muestra Shyamalan no es muy diferente al de Kevin en Múltiple, una persona que alberga en su cabeza 23 personalidades. La condición de ambos está fuertemente marcada por la relación con su madre (quien tiene una representación física en la película). Ambos son habilidosos fingiendo, pero reaccionan de manera impulsiva e incluso violenta en momentos de estrés. También son personas de una imponente presencia física.
La estabilidad del mundo de Cooper corre peligro durante el concierto. De alguna manera, la policía sabe que El Carnicero (seudónimo popular para referirse a Cooper) ha acudido al concierto. La presencia policial es alarmante. Cubren todas las salidas, interrogan a varones de su misma edad y son asesorados por una criminóloga. La figura de la criminóloga, persona experta en la conducta del asesino, recuerda a la psicóloga de Kevin en Múltiple.
Cooper tiene un doble objetivo durante la primera mitad de La Trampa. Escapar de la policía sin que esto arruine la experiencia a su hija. Igual que otros muchos personajes de ficción, véase Walter White en Breaking Bad, un hombre haciendo equilibrios entre sus dos mundos. La habilidad de Shyamalan como guionista reside en cómo armar este juego del gato y el ratón de manera emocionante y divertida. Y vaya si lo es.
Desde que comenzó esta nueva etapa, Shyamalan ha jugado con los límites de la verosimilitud de formas que ha expulsado a buena parte del público. Sería absurdo catalogar su cine de «realista» o «naturalista». En ese sentido, Shyamalan va a contracorriente del thriller contemporáneo norteamericano. Ceñirse a la realidad, a lo que el público considera «creíble» no le interesa. Él se guía por lo que su guion pide o necesita, de acuerdo a su criterio. Ahí reside la autoría, en las decisiones que toma con plena consciencia. Un ejemplo claro serían sus diálogos, que son ya una marca estilística muy característica. En la vida real, nadie «habla así». Igual que en el cine de Wes Anderson o Yorgos Lanthimos. Su mundo, sus reglas. A Shyamalan le encantan los monólogos, soltar datos científicos, la comedia negra y la ausencia de sutilezas. ¡Entre otras muchas cosas!
La Trampa es emocionante en la búsqueda de soluciones para evitar a la policía y divertida en el uso de conveniencias (desde el guion) para llevar esto a cabo. Cooper tiene el control de la situación incluso en momentos de gran peligro. Y cabe decir que Shyamalan, en una faceta más clásica que en sus dos anteriores títulos, lo borda desde la puesta en escena. Nada funcionaría tan bien si no fuese por su milimétrica planificación. Al principio se le comparó con Steven Spielberg. Ahora tendría más sentido sacar el nombre de Alfred Hitchcock (o incluso Brian de Palma). Aquí, Shyamalan hace uso de dos recursos que lleva trabajando en sus dos anteriores títulos. El uso de los espacios en Tiempo (2021) y los primeros planos de Llaman a la Puerta (2023).
Aquí es especialmente riguroso en el uso del punto de vista. Durante toda su primera mitad somos Cooper, en todos los sentidos. Visual y sonoro. Incluso emocional. Queremos que nuestro «héroe» se salga con la suya, desde nuestra posición de espectadores. Shyamalan dio un ejemplo en su cuenta de X: «Nunca podrías acercarte más al escenario que los personajes. Si ellos se acercaron, entonces tú te acercaste» Pequeñas decisiones que terminan conformando un lenguaje cinematográfico coherente con su premisa.
Pero Shyamalan es conocido por sus giros. Y La Trampa tiene algunos de esos. Ninguno que cambie por completo la concepción de la película que tenía el espectador, pero sí pequeños giros argumentales que traen consigo cambios narrativos. Uno puede ser un cambio de punto de vista, que parte la película en dos. Otro puede ser un cambio total de escenario. Incluso un cambio rítmico, a nivel de montaje. Todo esto sucede en la nueva película de Shyamalan, y a pesar de las malas críticas que está recibiendo, todo funciona. Sí es cierto que esta segunda mitad acumula los giros más difíciles de la película. También es la más criticada en cuanto a su estructura, llegando a tener problemas de ritmo. Pero repito, funciona en la medida que Shyamalan necesita.
Otro problema (menor) es la interpretación de Seleka (Lady Raven), hija del propio director. Su papel es bueno, y está bien escrito, y es crucial en el desarrollo de la película. Pero la interpretación está varias ligas por debajo del resto del reparto. No es directamente mala, y menos en el aspecto musical, pero sí decepcionante. Quien no decepciona es Josh Hartnett, quien da vida a uno de los mejores papeles de su carrera y de la filmografía del director. Logra ser entrañable a la par que inquietante. Es un papel de gran complejidad que Hartnett aborda con mucha humanidad y respeto.
Cabe destacar a Ariel Donoghue, quien interpreta a Riley, su hija. Todos los registros (euforia, histeria, tristeza, emoción) los borda. Y por supuesto a Alison Pill, a quien no vemos tanto como nos gustaría últimamente. Otro papel de gran complejidad, reducido a unas pocas escenas que, igual que su marido, las borda.
En definitiva, un thriller divertidísimo y totalmente recomendable a aquellos que disfruten con el cine de Shyamalan. De nuevo, expulsará a aquellos que no suelan entrar en su estilo. Aunque considero que La Trampa merece una oportunidad.
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