Crítica de «Nina» de Andrea Jaurrieta
Este 10 de mayo se ha estrenado en España Nina (2024), la segunda película de Andrea Jaurrieta. Aquí os dejo mi crítica.
La cineasta española Andrea Jaurrieta debutó en el largometraje, tras 8 años dedicados al cortometraje, con su película Ana de Día (2018). El filme se planteaba como un Enemy (2013) madrileño, en el que Ana se doblaba (en un maravilloso uso de plano-contraplano) al no saber responder a la pregunta «¿Cuál es el grado de satisfacción que siente con su vida?» Cuando una doble empieza a hacer todo lo que Ana hace en su día a día, ella ve la oportunidad de desaparecer y convertirse en alguien diferente. Así, tanto Ana como su directora, andaban en busca de una identidad, divagando, mutando, experimentando. Fue una película con muchas imperfecciones, pero muy prometedora e interesante.
Nina es, de primeras, una evolución clarísima en lo que se refiere a las formas. En ella, Nina es una mujer adulta que regresa al pueblo costero donde creció, con una escopeta en el bolso y un objetivo: venganza. Así, Nina comienza como un neowestern de venganza con claras influencias del cine de explotación de los años 60 y 70. El personaje de Nina, interpretado por Patricia López Arnaiz, esconde múltiples secretos al resto de personajes que la acompañan (amigos de la infancia) y al espectador. Una mujer que sufre de dolores, tanto físicos como mentales, que parece consumida por su deseo irrefrenable de venganza. Se pasea vestida de rojo, armada, silenciosa, con una mirada penetrante e inquietante.
La directora dosifica la información como en los mejores thrillers y estructura el guion por medio de flashbacks. Al contrario de lo que puede parecer, con un recurso tan trillado como este, los flashbacks funcionan a la perfección por su exquisita planificación. Durante su primera mitad, cada viaje al pasado es introducido con recursos cinematográficos sorprendentes. A medida que avanza, estos momentos se mezclan con el presente con mayor agresividad, culminando en una de las escenas más brillantes de la película: una procesión.
Jaurrieta centra el relato en la venganza, haciendo que todo lo demás quede en segundo plano. Hay todo un comentario sobre cómo el pasado no muere ni se olvida en los pueblos, mostrado en el personaje de Blas (Iñigo Aranburu) y los demás habitantes del pueblo. Todos se hacen los locos por el motivo de la vuelta de Nina, cuando conocen de sobra la historia. Todo esto se siente desaprovechado. El guion se niega a empaparse de sus virtudes, entrando en una visión de túnel que impide a Nina ser todo lo redonda que podría llegar a ser.
Las mayores virtudes de Nina están en las formas, principalmente en su atmósfera. Es una película que se mueve en varias capas de significados. El color rojo anticipa violencia o sirve como conductor para el pasado, que normalmente alberga dolor. La luz adquiere usos expresivos increíbles, como la terrorífica escena del faro. El sonido es otra gran herramienta, con un ambiente silencioso y desasosegante. Hace un uso almodovariano de la música, resaltando emociones que los personajes ocultan o contienen. Nina tiene una estética elegante, más trabajada y coherente que en Ana de Día, que eleva por completo el resultado.
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