Crítica de «Ferrari» de Michael Mann
Ferrari, la nueva película del director norteamericano Michael Mann, se estrenó en el Festival de Venecia de 2023 con reacciones de lo más diversas. Este drama clásico, de estilo «shakesperiano» con Adam Driver y Penélope Cruz llega a los cines españoles este viernes 9 de febrero de 2024. Aquí os dejo mi crítica.
Cuenta Michael Mann, director de thrillers tan impresionantes como Thief (1981), Heat (1995), Collateral (2004) o Miami Vice (2006), que lleva detrás de este proyecto desde el año 2000. Desde entonces, ha estado dando vueltas por los estudios, con actores de alto nivel subiéndose al carro y bajándose poco después. Finalmente, Mann consigue dar vida a este guion de Troy Kennedy Martin, fallecido en 2009.
No es la primera vez que Mann se enfrenta a un biopic. En 2001 estrenó Ali, acerca del boxeador Muhammad Ali, donde ya distinguía la vida profesional (boxeo) de la vida privada (familia). En Ferrari repite la jugada, aunque la historia se estructura en torno a una época muy concreta de la vida de del piloto y empresario Enzo Ferrari.
En el verano de 1957, Ferrari (Adam Driver) prepara a su equipo de carreras para la Mille Miglia, una carrera de resistencia de mil millas. Mientras, debe lidiar una crisis doméstica. Ferrari y su esposa, Laura (Penélope Cruz), lloran la muerte de su único hijo, quien murió un año antes. Si bien ha evitado que Laura se entere de sus infidelidades, la amante de Ferrari (Shailene Woodley) lo presiona para que le otorgue a su hijo ilegítimo el nombre de Ferrari a medida que se acerca su confirmación.
El guion de Ferrari está construido como una «tragedia shakesperiana«. Es tremendamente clásico, sin descubrir ni inventar nada en su género. Esto no le resta ningún valor, pero sí originalidad o frescura dentro del biopic contemporáneo. Mann se ciñe a este clasicismo desde la propia narrativa. Los momentos más cotidianos y melodramáticos son de ritmo pausado, donde predomina el diálogo. Las escenas de carreras, en cambio, son veloces, violentas y tensas. No es el típico caso de dos películas diferentes en una sola, sino una que logra poner a dialogar a sus dos frentes.
El Michael Mann de Ferrari no es al que estamos acostumbrados y el que tanto elogiamos. Pensamos antes en el thriller nocturno y urbano, en la experimentación con la imagen digitall, en su manejo de cámara y del ritmo interno y externo de la imagen. Su nueva película se distancia de todo esto. Aunque todas sus películas tengan una faceta melodramática, incluso romántica, en Ferrari esto me resulta menos estimulante al ser más convencional.
Esto no quita que esté muy bien rodada y que se note el sello de su director. Mann desplaza la cámara alrededor de sus personajes con mucha creatividad y libertad. Su puesta en escena se vuelve electrizante. Pienso en la secuencia de la ópera, en la que los protagonistas recuerdan la vida de su hijo fallecido. Una escena realmente emotiva y muy interesante de analizar desde un punto de vista de montaje. También aguanta el plano sobre el rostro de sus personajes con sabiduría. Ese largo plano de Penélope Cruz en silencio es merecedor de todos los premios a Actriz de Reparto. Sin embargo, en otras ocasiones Mann se vuelve invisible detrás de la cámara, siendo difícil reconocer su estilo y autoría.
Quitando esa clase de momentos, la película se quedará en nuestra memoria por la otra cara de la moneda: las carreras. Mann no sigue a los coches desde la parte trasera, sino que se pone justo delante de ellos, como si éstos estuviesen a punto de alcanzarle. Rápidas panorámicas y barridos. Vistas de águila. Juegos con ópticas y velocidades (se acelera la imagen y se ralentiza) en un montaje trepidante. Se podrán criticar y cuestionar algunas decisiones de montaje a lo largo de Ferrari, ya que provocan extrañeza, pero ninguna en lo referente a estas secuencias.
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